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viernes, 26 de diciembre de 2025

Aguilando 2025

Ya en el pasado mes de octubre hablamos mi hijo Jose y yo sobre la posibilidad y conveniencia de que, para estas próximas navidades, bien podríamos, pensando en nuestra anual grabación musical abellanera, ofrecer el villancico tradicional del pueblo, el aguilando que, con algunas variantes (algo propio del folclore, debido a su tradición oral), recuerdo de cuando era niño.

Pronto nos dimos cuenta de que, en realidad, no hay un villancico del pueblo, sino varios —por lo menos, dos—, cierto que parecidos melódicamente, pero distintos, con algunas diferencias entre ellos, y, además, como suele ocurrir en estos casos, cada uno se arroga el derecho de primogenitura.

También hablamos ya entonces de invitar para esta ocasión a algún miembro de la familia Abellán que no hubiera participado hasta ahora en los años que llevamos haciéndolo, algo —esto último, lo de ampliar el número de familiares colaboradores— que ha acabado yéndosenos de las manos, pues al final nos hemos encontrado con un buen puñado de nuevos integrantes (¡y… eso que decidimos excluir del lote a la última generación, que si no…!).

Entre las características de la música folclórica, que, cómo no, se pueden ver en el aguilando del pueblo, quiero resaltar ahora una que me parece que lo envuelve todo y, de alguna manera, determina, condiciona, explica… el resultado final, proporcionando a «lo popular» su peculiaridad, su marca, su idiosincrasia. Se trata de su distanciamiento del corsé que supone la ortodoxia académica, algo que fácilmente se puede observar en la ausencia de partituras, en un menor apego a la afinación exquisita y al preciso ajuste rítmico, y en la falta de texturas armónicas complejas.

El villancico de Santomera está formado, además de por los típicos preludios, interludios y postludios instrumentales que se mezclan —alternándose/simultaneándose— con las intervenciones de las partes vocales, por una serie indefinida de coplas (unos solos vocales cuyas letras —así lo recuerdo— eran repentizadas por troveros locales en los años de mi infancia, y que, después, con el tiempo, eran escritas previamente y leídas o aprendidas de memoria por sus intérpretes, muchas veces con ayuda de sus allegados), y por sus respectivos estribillos —cantados coralmente, aunque en una textura esencialmente monofónica—, cada uno de los cuales utiliza como arranque, para responder a su copla correspondiente, el último verso de la misma.

La tradición establece que la intervención instrumental sea realizada con músicos locales, los voluntariamente disponibles de entre los que hay en la zona repartidos en distintas y diversas agrupaciones musicales, cada uno con su instrumento: guitarra, bandurria, laúd, violín, flauta, clarinete, saxofón, trombón, bombo, platillos, pandereta, castañeta, botella de anís, cucharas…

En cuanto a las partes vocales, me acuerdo de que también corrían a cargo de gente del pueblo —niños, jóvenes, mayores—, que, distribuida en grupos, normalmente poco numerosos, iba por las casas pidiendo dinero —en el caso de los niños, dulces, una copa de licor…, según el grupo y según el parentesco, la familiaridad, la amistad… con los ocupantes de las distintas viviendas.

Un ejemplo moderno, al gusto de la familia Abellán, es Aguilando 2025, nuestra versión del villancico tradicional de nuestro pueblo.

¡FELIZ NAVIDAD!

 

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