Desde que el mundo es mundo, parece que la gente, mucha, ha ido y va de cabeza detrás de la riqueza, con mucho afán en pos del dinero, pero no —o mucho menos— de otra clase de enriquecimiento, como pudiera ser, por ejemplo, cualquier tipo de valor intelectual.
Ya en la antigua Grecia, en el siglo VI a de JC, Teognis, un poeta de Megara, pensaba que «Para la mayoría de los hombres, solo hay una virtud: ser rico» (Camps, Victoria: Breve historia de la ética, Barcelona, RBA, pág. 20). Y se atribuye a Hipócrates, de no mucho tiempo después, una frase en el mismo sentido: «La vida humana es ciertamente una cosa miserable: la atraviesa como un viento tempestuoso una incontenible avidez de ganancias.» (Ordine, Nuccio: Clásicos para la vida. Barcelona: Acantilado, 2017, pág. 58).
En mi mente está claro que, para poder ganar dinero, lo que se dice mucho dinero, una cosa es importante si es que no necesaria: carecer de escrúpulos; porque, para obtener esa buena cantidad de dinero, salvo excepciones que no vienen al caso, «hay que cometer ilegalidades», como dijo hace no tanto el director de cine Ken Loach en una entrevista (Villena, Miguel Ángel: «Para ganar mucho dinero hay que cometer ilegalidades», El País, 09-02-2008). O como dijo, tajantemente y mucho antes, Balzac, que advirtió con crudeza del asunto de las grandes fortunas: «El secreto de las grandes fortunas es un crimen olvidado» (Prado, Benjamín: Los treinta apellidos, Barcelona: Alfaguara, 2018, pág. 190).
Y a esa carencia de escrúpulos a que me acabo de referir suele aludir mucha gente con una expresión coloquial que a mí me gusta bastante: hay quien prefiere llamarla «tener estómago».
A mi hermana menor le iba bien en lo económico. Mi madre decía que tenía ojo, quizá fuera estómago. (Trueba, David: Blitz, Barcelona, Anagrama, 2015, pág. 153).
Estoy de acuerdo, sin embargo, con Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos, Alfaguara, 2017, págs. 140-141) cuando escribe sobre el único motivo válido para «perseguir algún dinero» (aunque quizás yo no hubiera utilizado su motivo como único: se me ocurre algún otro):
[…] mis hermanas y yo sabemos, hoy en día, que hay un único motivo por el que vale la pena perseguir algún dinero: para poder conservar y defender a toda costa la independencia mental, sin que nadie nos pueda someter a un chantaje laboral que nos impida ser lo que somos.