SECCIONES

viernes, 30 de mayo de 2025

Dinero y estómago

Desde que el mundo es mundo, parece que la gente, mucha, ha ido y va de cabeza detrás de la riqueza, con mucho afán en pos del dinero, pero no —o mucho menos— de otra clase de enriquecimiento, como pudiera ser, por ejemplo, cualquier tipo de valor intelectual.

Ya en la antigua Grecia, en el siglo VI a de JC, Teognis, un poeta de Megara, pensaba que «Para la mayoría de los hombres, solo hay una virtud: ser rico» (Camps, Victoria: Breve historia de la ética, Barcelona, RBA, pág. 20). Y se atribuye a Hipócrates, de no mucho tiempo después, una frase en el mismo sentido: «La vida humana es ciertamente una cosa miserable: la atraviesa como un viento tempestuoso una incontenible avidez de ganancias.» (Ordine, Nuccio: Clásicos para la vida. Barcelona: Acantilado, 2017, pág. 58).

En mi mente está claro que, para poder ganar dinero, lo que se dice mucho dinero, una cosa es importante si es que no necesaria: carecer de escrúpulos; porque, para obtener esa buena cantidad de dinero, salvo excepciones que no vienen al caso, «hay que cometer ilegalidades», como dijo hace no tanto el director de cine Ken Loach en una entrevista (Villena, Miguel Ángel: «Para ganar mucho dinero hay que cometer ilegalidades», El País, 09-02-2008). O como dijo, tajantemente y mucho antes, Balzac, que advirtió con crudeza del asunto de las grandes fortunas: «El secreto de las grandes fortunas es un crimen olvidado» (Prado, Benjamín: Los treinta apellidos, Barcelona: Alfaguara, 2018, pág. 190).

Y a esa carencia de escrúpulos a que me acabo de referir suele aludir mucha gente con una expresión coloquial que a mí me gusta bastante: hay quien prefiere llamarla «tener estómago».

A mi hermana menor le iba bien en lo económico. Mi madre decía que tenía ojo, quizá fuera estómago. (Trueba, David: Blitz, Barcelona, Anagrama, 2015, pág. 153).

Estoy de acuerdo, sin embargo, con Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos, Alfaguara, 2017, págs. 140-141) cuando escribe sobre el único motivo válido para «perseguir algún dinero» (aunque quizás yo no hubiera utilizado su motivo como único: se me ocurre algún otro):

[…] mis hermanas y yo sabemos, hoy en día, que hay un único motivo por el que vale la pena perseguir algún dinero: para poder conservar y defender a toda costa la independencia mental, sin que nadie nos pueda someter a un chantaje laboral que nos impida ser lo que somos.

 

viernes, 23 de mayo de 2025

Encogerse de hombros

Antonio Campillo, ‘el Bamboso’, me manda un guásap —o guasap, dudo ante su pronunciación— que contiene un vídeo en el que una joven gazatí aparece ante la cámara —en un plano medio: de cintura para arriba— quejándose de las atrocidades cometidas por el ejército israelí en Gaza, y remarcando «la complicidad del silencio mundial» […], la «del mundo entero mirando hacia otro lado» (eso se escucha en una traducción a todas luces realizada con ayuda de la inteligencia artificial).

Y, claro, pienso —y no solo ahora, sino desde que comenzó la barbarie— que, desde luego, es una vergüenza que el planeta entero preste oídos sordos y mire para otro lado ante el genocidio de un pueblo, ante una masacre que supera ya, muy sobradamente, los cincuenta mil muertos y los cien mil heridos, muchos de los cuales —tanto de los primeros como de los últimos— son niños, siempre un número excesivo.

Y todo ello —lo que dice la gazatí en el vídeo, referente al encogimiento de hombros del mundo— provoca que me acuerde de una poesía de Mario Benedetti —entre mis poetas favoritos— titulada «Desganas».

DESGANAS

Si cuarenta mil niños sucumben diariamente

en el purgatorio del hambre y de la sed

si la tortura de los pobres cuerpos

envilece una a una las almas

y si el poder se ufana de sus cuarentenas

o si los pobres de solemnidad

son cada vez menos solemnes y más pobres

ya es bastante grave

que un solo hombre

o una sola mujer

contemplen distraídos el horizonte neutro

pero en cambio es atroz

sencillamente atroz

si es la humanidad

la que se encoge de hombros

Mario Benedetti

Inventario tres.

Poesía completa 1991-2001.

Madrid: Visor, 2003, Pág. 399.

Sí, desde luego que es atroz, horrible, cruel, aterrador, espantoso… (mejor, más acorde, si se utiliza en cada uno de estos adjetivos su respectivo grado superlativo); y no añado «inhumano» porque la historia de la humanidad, el relato de la evolución del género humano sobre el planeta, desde sus orígenes hasta la actualidad, nos demuestra que este tipo de acciones no son inhumanas, que, por el contrario, son humanas, lamentablemente, desgraciadamente.