SECCIONES

viernes, 12 de abril de 2019

Represión y terror

«En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». Burgos, 1° de abril de 1939. El Generalísimo Franco. 
 
Último parte de guerra
Y, tras el final de la guerra, a partir de entonces… el horror para los republicanos, para todo aquel que, según los rebeldes contra la democrática República, fuese «desafecto al régimen» —¡al régimen franquista, claro!—, para todo aquel que no fuese de alguna manera partidario de la, otra vez según los rebeldes, «cruzada».
«Se veía venir», podrá pensar quien conozca lo acaecido en aquellos años en que transcurrió nuestro enfrentamiento incivil. Bueno… cuesta creerlo, pero con lo sabido hoy se puede decir que uno de los objetivos que se plantearon los militares golpistas para atajar, inutilizar, minimizar… la resistencia republicana y garantizar el éxito de «su» Glorioso Alzamiento Nacional contra el régimen republicano, fue el de sembrar el terror.
Algunos botones de muestra
El 24 de junio de 1936, antes del comienzo de la rebelión militar, el general Emilo Mola Vidal, uno de los jefes sublevados —«el Director»—, envía al general Yagüe (compañero de rebelión y tristemente recordado por la matanza de Badajoz) unas instrucciones, entre ellas que:
El movimiento ha de ser simultáneo en todas las guarniciones comprometidas y, desde luego, de una gran violencia.
Pasa casi un mes y, el 19 de julio, recién iniciada la rebelión, Mola dice a un grupo de alcaldes en Pamplona, instruyéndolos para el levantamiento:
Es necesario propagar una atmósfera de terror. Tenemos que crear una impresión de dominación. Cualquiera que sea, abierta o secretamente, defensor del Frente Popular, debe ser fusilado.
Pocos días después, el 31 de julio, la prensa francesa publica que Indalecio Prieto ha sido elegido por el Gobierno de la República para que negocie con los militares rebeldes; y ¿cómo responde Mola?:
¿Parlamentar? ¡Jamás! Esta Guerra tiene que terminar con el exterminio de los enemigos de España.
El 1 de octubre de 1937 (un año después de ser investido Franco como Jefe del Estado con todos los poderes, y por ello Día del Caudillo a partir de entonces), Juan Yagüe Blanco —el general instruido por Mola, el de la «hazaña» de Badajoz, recuérdese—, otro de los cabecillas sublevados, dice en San Leonardo (Soria):
Y al que resista, ya sabéis lo que tenéis que hacer: a la cárcel o al paredón, lo mismo da. Nosotros nos hemos propuesto redimiros y os redimiremos, queráis o no queráis. Necesitaros, no os necesitamos para nada; elecciones, no volverá a haber jamás, ¿para qué queremos vuestros votos?
¿Y Franco? ¿Se manifiesta en algún sentido sobre este asunto? Sí, claro que sí. Francisco Franco Bahamonde, «Caudillo de España por la gracia de Dios», dice que:
En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje al país infectado de adversarios.
Y con ocasión de una entrevista que le hace Jay Allen, periodista del Chicago Daily Tribune, el enviado por Dios se expresa con claridad inequívoca al respecto:
Franco.— No habrá compromiso ni tregua, seguiré preparando mi avance hacia Madrid. ¡Avanzaré! Tomaré la capital. Salvaré España del marxismo, cueste lo que cueste.
Allen.— ¿Eso significa que tendrá que matar a la mitad de España?
Franco.— Repito, cueste lo que cueste.
Pero… ¿Y la iglesia? Algo tendría que decir la iglesia, ¿no?, en algún sentido se manifestaría alguno de sus más altos representantes. Pues… efectivamente, el cardenal primado de España, Isidro Gomá, el 28 de junio de 1938, se expresa en unos términos que no admiten la menor duda sobre su pensamiento y el de buena parte del clero:
Efectivamente, conviene que la guerra acabe. Pero no que se acabe con un compromiso, con un arreglo ni con una reconciliación. Hay que llevar las hostilidades hasta el extremo de conseguir la victoria a punta de espada. Que se rindan los rojos, puesto que han sido vencidos. No es posible otra pacificación que la de las armas. Para organizar la paz dentro de una constitución cristiana, es indispensable extirpar toda la podredumbre de la legislación laica.
Conocido de sus propias bocas, en sus propias palabras —por pequeño que sea el muestreo—, lo que predicaban los instigadores y altos representantes del que, según Alberto Reig Tapia (La crítica de la crítica, Siglo XXI), ni fue «glorioso», ni «alzamiento», ni mucho menos «nacional», ¿a quién extraña, entonces, que tras acabar la guerra se mantuviera la «atmósfera de terror» que el Director de los sublevados había pedido propagar el 19 de julio de 1939?

No hay comentarios:

Publicar un comentario