SECCIONES

viernes, 10 de noviembre de 2017

Ochenta millones de cientos

Mi amigo David tiene, si no la mejor palmera datilera del mundo, sí los mejores dátiles. A esa conclusión he llegado tras mucho tiempo de ser agraciado, año tras año, con un presente de esos sus magníficos frutos que, me consta, él, muy meticuloso, tanto cuida, que manipula con esmero, con rigor, con la máxima higiene... con precisión de neurocirujano.
Subido a la escalera que apoya previamente en la palmera, siempre con las manos enguantadas, va explorando cada racimo y examinando cada dátil. Durante la inspección, mientras con la mano izquierda va abriendo sucesivos huecos, con los dedos pulgar e índice de la derecha va cogiendo con exquisito cuidado los dátiles que considera han alcanzado un grado óptimo de madurez, los más deliciosos, uno a uno, y (repito: siempre con guantes, ténganlo presente) los mete al frigorífico en bolsitas ad hoc herméticamente cerradas que después, montado en su bicicleta, va repartiendo por los domicilios de sus familiares y también por los de los amigos, entre los que tengo la suerte de contarme.
Sepan que David suele machear su palmera con diversos racimos de distintas palmeras macho, cogidos de entre los mejores ejemplares localizados aquí y allá, y todo para que su hembra —su mimada palmera— elija de entre todos ellos el que más le guste. Con gracia, mi amigo se autodenomina «mamporrero palmerero».
Mis nietas, este año, han probado por primera vez los dátiles de la ya localmente archifamosa palmera, y a una de ellas, a Paula, le han gustado mucho, tanto que, desde entonces, cuando viene a ver a sus abuelos, una de sus mayores preocupaciones es la de si quedan dátiles en la bolsa azul que trajo David, y viendo que se acaban los de la primera recibida me ha pedido que le pida a mi amigo que nos traiga más dátiles; concretamente me ha especificado: «dile a David que traiga 80 millones de cientos».
Sí, 80 millones de cientos es la expresión que ha utilizado la chiquilla para expresar la cantidad de dátiles —la máxima que sabe expresar— que quiere que nos traiga David. En otros tiempos los términos que manejábamos los zagales cuando queríamos indicar lo más de lo más —en altura, volumen, cantidad...— era «la bolica del mundo». Entonces no había nada más grande en nuestras cabezas; todavía no había entrado en ellas el concepto de universo, o, si lo había hecho, creíamos que el mundo era el universo y el universo era el mundo, no sé. Así que participabas en una discusión/competición a ver quién tenía o pedía más cantidad de cualquier cosa (kilómetros, kilos, pesetas, bolas, estampas, dulces...), hasta que alguien decía: «y yo, la bolica del mundo», y ahí quedaba zanjada la cuestión, pues eso no se podía superar.
Para mi nieta Paula lo más de lo más comenzó siendo, y no es que haga tanto —es muy joven—, «todo esto», mientras te mostraba las dos manos abiertas para que vieras los diez dedos extendidos: lo máximo entonces. Después, algo más madura e intuitivamente «conocedora» del poder de las cifras millonarias, su expresión cambió a «80 millones», a la que posteriormente añadió algún complemento, resultando entonces una frase un poco más larga: «80 millones de cientos»; y eso es lo que te respondía cuando le pedías que te dijera cuánto te quería; inmediatamente contestaba —seductora para quien esto escribe— que te quería «80 millones de cientos».
Ya en los últimos tiempos, a estas expresiones anteriores se suman otras que unas veces las sustituyen y otras, las más, las complementan, de tal manera que hubo unos días en que la niña añadía, inmediatamente detrás de «80 millones de cientos», otra expresión indicadora de enorme cantidad, aunque en este caso, de distancia: «hasta el polo norte».
Más recientemente, hace unas semanas, la he visto utilizar los brazos para indicar lo que abarca la enorme cantidad que te quiere decir. Así que, tras soltar alguna o algunas de sus últimas expresiones cuantitativas, abre los brazos, esforzándose mucho por hacerlo al máximo, primero en sentido horizontal y después en el vertical, al tiempo que acompaña las dos extensiones manuales con la palabra «así», una vez para cada gesto.
Y lo último de lo último —por ahora, ya veremos lo que dura— es «80 millones de cuarenta, sesenta y cincuenta», seguido de «hasta Europa» y/o  «hasta España»... Mientras tanto, yo observo en la evolución de lo relatado, cómo aumenta su vocabulario y con él su nivel de expresión verbal, su riqueza locutiva, que va mejorando día a día, como tiene que ser. De tal manera que ya me puedo hacer una idea de lo que va a responder Paula cuando en adelante le pregunte cuántas almendras quiere o cuántos berberechos o gambas o…

2 comentarios:

  1. Ochenta millones de cientos es mucho... creo que más de la "bolica del mundo", Pepe. la expresión es muy cuantitativa. Nosotros, no acostumbrados a "cifras", expresábamos lo que aparentemente era visible o poseía un carácter "real". La niña, tu nieta, expresa guarismos complejos y esto denota que su mente es más despierta por el avance de nos tiempos en los que las cifras se miden y comprenden con extrañas formas de mesura. Es una satisfacción que la adaptación mental de los pequeños sea tan eficaz como interpretativa. Quiérela Mil millones de cientos... Un abrazo, Pepe.

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    1. Como sé que para ella ochenta millones de cientos es lo más grande que hay, le suelo decir que yo también la quiero esa misma cantidad y así hemos alcanzado más complicidad en nuestro recíproco querer.

      Un abrazo, Antonio.

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