SECCIONES

martes, 23 de junio de 2015

¡Qué mierda de libros son estos!

Que por septiembre era, por septiembre, cuando [todavía] hace la calor… ¿De qué año?: de 1976, todavía reciente la muerte del ahora llamado, no por todos, Dictador: Don Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, por más señas, por si alguien no se sitúa, “el Caudillo” y también “el Generalísimo”, entre otros apelativos, no todos elogiosos, desde luego; y el país no estaba como para tirar cohetes, pues el “atado y bien atado” todavía se notaba mucho.
Toñi y yo, en nuestro viaje de novios, tras una breve visita a la ciudad de Toledo, llegamos a Madrid, al que dedicamos el resto de nuestro tiempo. En la capital de España permanecimos unos cuantos días (en total creo que fue una semana), disfrutando, entre otras cosas, todas las mañanas, del Museo del Prado. Por las tardes recorríamos la ciudad, visitábamos distintos tipos de locales y esperábamos la llegada de la noche para ir al cine o al teatro.
En una de esas visitas vespertinas entramos en una librería que tenía ennegrecida la pared en su parte exterior, la que daba a la calle, una fachada poco alta porque pertenecía a un entresuelo, al que se accedía descendiendo por unos pocos escalones situados en la puerta de entrada. El establecimiento, creo recordar que su nombre era La Tarántula, había sufrido un atentado con un artefacto explosivo —algo no infrecuente en aquel tiempo—, consecuencia de una “visita” de los “bárbaros”, no de los del norte sino de los del propio Madrid.
Por cierto, el librero (algo notaría en mí —quizás falta de “barbaridad”— o algo le diría yo, no sé) me llevó con él al fondo del establecimiento, donde tenía un armario, lo abrió y me ofreció su género: libros prohibidos —sí, en 1976—, sobre todo, quiero recordar, textos sobre la historia reciente de España.
Los “bárbaros”, como todos ustedes saben, son, dicho con retranca, los “amigos” de la cultura, del conocimiento, del progreso..., que —¡vaya paradoja!— han mantenido a través de los tiempos —“por los siglos de los siglos”— la costumbre de quemar libros. ¿Odian todos los libros? ¿Los queman todos? ¡No! Solo los que ofenden a su tradición ultraconservadora, a sus ideas, a su religión, a sus costumbres... a su testosterona.

Algunos de ustedes creerán que ya no quedan “bárbaros” de ese tipo, que la especie se extinguió, como los neandertales. Pues… se equivocan: enemigos declarados de los libros todavía los hay y, me atrevo a decir, los habrá siempre; lo podemos comprobar echando un vistazo a la prensa sobre lo ocurrido recientemente en Madrid, en la Feria del Libro.
¡Menudo grito de guerra!: “¡qué mierda de libros son estos!”. Quizás, y no lo sepamos, el grupo de “bárbaros” estuviera formado por licenciados, doctores, catedráticos... ¡en filología, claro!; posiblemente fuese un grupo de especialistas en crítica literaria que habían llegado a “su” conclusión sobre la falta de “bondad” de esa “literatura de mierda” a través de un arduo proceso, a base de sesudos análisis y costosos, muy fatigosos, estudios.
Bueno… Fuese así o no, acongoja (¿acojona?, ¡qué cerca ambos términos!) ese grito de guerra de los que odian los libros, de los que los queman llegado el caso; y no lo hacen, no, con amor, como Pepe Carvalho, el famoso detective de Mauel Vázquez Montalbán.

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