SECCIONES

viernes, 6 de junio de 2025

Somatén

Creo que mi padre lo fue; me viene muy vagamente a la cabeza —aunque podría ser una mala pasada de mi memoria— el haber visto por la casa de mi infancia y juventud, en algún momento, un carnet con su nombre y apellidos, un documento oficial en el que ponía que era somatén, una figura, cuanto menos, curiosa y misteriosa en mis recuerdos, típica de la sociedad franquista de aquellos años.

Y mi suegro —según me dice Toñi— también lo fue. Supongo ahora que lo serían bastantes de aquellos —todo hombres, ¡claro!— que, por oposición a la expresión «desafectos al régimen», tan utilizada por el bando vencedor de la guerra civil, quiero calificar de «afectos al régimen», los de más confianza para las autoridades franquistas de cada lugar, aunque algunos, me figuro que pocos, lo fuesen por algún tipo de compromiso o de extraña razón, como también les ocurrió a muchos de quienes se alistaron voluntariamente en la División Azul.

El somatén fue una institución catalana de carácter parapolicial. En sus inicios un cuerpo armado de protección civil, separado del ejército, para defensa propia y de la tierra. La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) lo extendió a toda España, convirtiéndolo en uno de los pilares del régimen. Fue disuelto en 1931 por la Segunda República Española, salvo el Somatén rural catalán, y restablecido bajo la dictadura franquista. La abolición definitiva se produjo en 1978 tras el restablecimiento de la democracia. (Wikipedia, 19-02-2022).

En La zanja, de Alfonso Groso, un buen ejemplo de novela social en nuestro país, que describe la vida en un pueblo andaluz en «un día como otro cualquiera», aparece reflejada la figura del somatén, concretamente la de un grupo de hombres que va a hacer ejercicios de tiro a las órdenes de un teniente de la guardia civil.

Por el terraplén, frente a la vía férrea, a la derecha de la choza de Rosante —adonde llegan a veces los mozos del lugar para echar un cigarro despacio y quemar el avenate del sexo— bajó el somatén, precedido del Teniente de la Guardia Civil jefe de línea, a la práctica anual de tiro.

Nadie nuevo en el somatén. El Teniente es el mismo de siempre, don Roque Prado, para cinco años —con las más diversas graduaciones— soportando el día de San Alejo o de Santa Adela, sentado sobre el borde de la terronera polvorienta de la vaguada, el tiroteo a discreción de los afiliados del somatén: ocho máuseres checos y doce espingardas italianas; dos calibres distintos y ni un cerrojo limpio ni una sola ánima libre de polvo.

Como todos los años, antes de empezar, el calibreo y el cigarro gibraltareño, en corro, alrededor de la terronera donde el Teniente asienta el trasero verdipardo de su uniforme de campaña mientras escucha y promete la asistencia a la caldereta que nunca tiene lugar, a la cacería otoñal que nunca llega a celebrarse.

[…]

El teniente prosigue fumando despacio sin contestar.

—¿Qué, don Roque? —pregunta ahora Cristino el bodeguero—. ¿Cuándo le vendrá otro ascenso? Aquí sabe que nos alegramos de sus cosas, siempre que el ascenso no sea para un traslado… que ya su miaja de cariño le debe haber cogido a la tierra y a la zona de su demarcación; que no habrá tropezado usted con gente, mejorando a sus familiares, como los medios serranos y los serranos de este lado de la provincia; que sabe que se le aprecia.

Don Roque se incorpora del terrón, tira el cigarrillo de «Jorge Russo», inicia un bostezo y toca las palmas para llamar a todos los hombres.

[…]

—Vamos a empezar ya —dice el Teniente sin hacerle caso, mientras prepara la aspiración para pronunciar el discurso de todos los años—. Comprueben una vez más —prosigue— la absoluta limpieza del arma que manejan, que prevendrá en caso necesario cualquier contingencia y defenderá —deja resbalar las palabras sílaba tras sílaba— la in-te-gri-dad-ddd, en un momento dado, de los hombres de orden de este pueblo español…

Grosso: La zanja. Barcelona: Ediciones Orbis, 1984, págs. 34-35.

La lupa de Alfonso Grosso nos muestra qué tipo de persona solía integrar el somatén franquista, y, en el último párrafo se puede apreciar cuál era su misión: prevenir en caso necesario cualquier contingencia y defender la integridad, en un momento dado, de la «gente de orden».

La palabra «somatén» viene del catalán som atents, que quiere decir «estamos atentos», y la refundación del cuerpo en 1945 se hizo con la finalidad principal de que colaborara con la Guardia Civil en su lucha contra el maquis. Los miembros del somatén tenían fusiles en los puestos de la benemérita, y licencia de arma corta (muy limitada en aquella España), pero, teóricamente, no podían actuar por su cuenta, en solitario, sino que estaban a cargo y bajo el mando de la Guardia Civil en caso de que se les necesitara.

 

viernes, 30 de mayo de 2025

Dinero y estómago

Desde que el mundo es mundo, parece que la gente, mucha, ha ido y va de cabeza detrás de la riqueza, con mucho afán en pos del dinero, pero no —o mucho menos— de otra clase de enriquecimiento, como pudiera ser, por ejemplo, cualquier tipo de valor intelectual.

Ya en la antigua Grecia, en el siglo VI a de JC, Teognis, un poeta de Megara, pensaba que «Para la mayoría de los hombres, solo hay una virtud: ser rico» (Camps, Victoria: Breve historia de la ética, Barcelona, RBA, pág. 20). Y se atribuye a Hipócrates, de no mucho tiempo después, una frase en el mismo sentido: «La vida humana es ciertamente una cosa miserable: la atraviesa como un viento tempestuoso una incontenible avidez de ganancias.» (Ordine, Nuccio: Clásicos para la vida. Barcelona: Acantilado, 2017, pág. 58).

En mi mente está claro que, para poder ganar dinero, lo que se dice mucho dinero, una cosa es importante si es que no necesaria: carecer de escrúpulos; porque, para obtener esa buena cantidad de dinero, salvo excepciones que no vienen al caso, «hay que cometer ilegalidades», como dijo hace no tanto el director de cine Ken Loach en una entrevista (Villena, Miguel Ángel: «Para ganar mucho dinero hay que cometer ilegalidades», El País, 09-02-2008). O como dijo, tajantemente y mucho antes, Balzac, que advirtió con crudeza del asunto de las grandes fortunas: «El secreto de las grandes fortunas es un crimen olvidado» (Prado, Benjamín: Los treinta apellidos, Barcelona: Alfaguara, 2018, pág. 190).

Y a esa carencia de escrúpulos a que me acabo de referir suele aludir mucha gente con una expresión coloquial que a mí me gusta bastante: hay quien prefiere llamarla «tener estómago».

A mi hermana menor le iba bien en lo económico. Mi madre decía que tenía ojo, quizá fuera estómago. (Trueba, David: Blitz, Barcelona, Anagrama, 2015, pág. 153).

Estoy de acuerdo, sin embargo, con Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos, Alfaguara, 2017, págs. 140-141) cuando escribe sobre el único motivo válido para «perseguir algún dinero» (aunque quizás yo no hubiera utilizado su motivo como único: se me ocurre algún otro):

[…] mis hermanas y yo sabemos, hoy en día, que hay un único motivo por el que vale la pena perseguir algún dinero: para poder conservar y defender a toda costa la independencia mental, sin que nadie nos pueda someter a un chantaje laboral que nos impida ser lo que somos.