SECCIONES

viernes, 13 de junio de 2025

Ponerse novio

Finalizando la primera mitad de los años setenta del s. xx, unos pocos estudiantes universitarios santomeranos (ya maestros de escuela, trabajando en la enseñanza privada y a la espera de convocatoria de oposiciones para la pública) compartíamos piso en Murcia con otros de Moratalla; y a nosotros nos hacía mucha gracia una expresión utilizada por ellos referida a lo que aquí en el pueblo llamábamos «echarse novio/a» o «tener novio/a», pues nuestros amigos moratalleros decían «ponerse novio/a».

Muchos años después —cincuenta, más o menos—, leyendo a la escritora chilena Isabel Allende, me encuentro con una expresión que, por su parecido con la de nuestros compañeros de piso de aquellos tiempos, me hace detenerme a paladearla (el subrayado es mío).

Cuando tropezó con él, dos meses después de ponerse de novia y siete antes de la fecha fijada para la boda, descubrió el amor de las novelas […] (Allende, Isabel: Largo pétalo de mar. Barcelona: Plaza Janés, 2019, pág. 183).

Busco en internet, y, en el diccionario de la Real Academia Española, en la entrada «poner», encuentro un par de acepciones a las que veo relación con las expresiones «ponerse novio/a» y «ponerse de novio/a».

En la acepción 33. poner. tr. Hacer adquirir a alguien una condición o estado. Poner colorado. Poner de mal humor. U. t. c. prnl. Ponerse pálido.

Y en la acepción 43. poner. prnl. coloq. Dedicarse a algo o, especialmente, comenzar a hacerlo. Se pone con los juguetes y se olvida de todo. A eso de las nueve, me pongo con la cena.

Sigo buscando en la red y hallo —aunque no sé cuánto es de fiar esta fuente— que, en Andalucía, la gente usa bastante la expresión coloquial «ponerse de novio»; y entonces pienso que es posible que en Moratalla (recuérdese que murcianos y andaluces somos vecinos) esta expresión —«ponerse de novio»—, una vez perdida la preposición, haya quedado como «ponerse novio», tal y como decían mis compañeros de piso moratalleros: «fulano se ha puesto novio hace poco».

Bien… pues todo este aluvión de recuerdos, búsquedas y hallazgos lo desencadenó una lectura muy posterior, la de la oración «Estaba de novia con un teniente de navío», que aparece en Sobre héroes y tumbas, del argentino Ernesto Sábato (Austral, 2020, pág. 331).

Así que a las expresiones «echarse novio/a», «tener novio/a», «ponerse novio/a», «ponerse de novio/a», hay que sumar —por ahora, ya veremos más adelante— «estar de novio/a».

Añadidura

Unos cuantos años después de lo expuesto en los párrafos anteriores, que finaliza con un precavido: «por ahora, ya veremos más adelante» (por cierto, sin publicar aún), me encuentro con una expresión que, también, como las anteriores, llama mi atención: «sacarse novio», que figura en la página 147  de la obra que tengo actualmente sobre mi mesilla de noche: Hasta que empieza a brillar, de Andrés Neuman (Alfaguara, 2025), una biografía ficcionada de la filóloga (bibliotecaria, archivera, lexicógrafa…) María Moliner, la autora, en solitario —una gigantesca hazaña—, del famoso y muy loado Diccionario de uso del español, más conocido en el mundo académico por el nombre de su autora: El María Moliner.

 

viernes, 6 de junio de 2025

Somatén

Creo que mi padre lo fue; me viene muy vagamente a la cabeza —aunque podría ser una mala pasada de mi memoria— el haber visto por la casa de mi infancia y juventud, en algún momento, un carnet con su nombre y apellidos, un documento oficial en el que ponía que era somatén, una figura, cuanto menos, curiosa y misteriosa en mis recuerdos, típica de la sociedad franquista de aquellos años.

Y mi suegro —según me dice Toñi— también lo fue. Supongo ahora que lo serían bastantes de aquellos —todo hombres, ¡claro!— que, por oposición a la expresión «desafectos al régimen», tan utilizada por el bando vencedor de la guerra civil, quiero calificar de «afectos al régimen», los de más confianza para las autoridades franquistas de cada lugar, aunque algunos, me figuro que pocos, lo fuesen por algún tipo de compromiso o de extraña razón, como también les ocurrió a muchos de quienes se alistaron voluntariamente en la División Azul.

El somatén fue una institución catalana de carácter parapolicial. En sus inicios un cuerpo armado de protección civil, separado del ejército, para defensa propia y de la tierra. La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) lo extendió a toda España, convirtiéndolo en uno de los pilares del régimen. Fue disuelto en 1931 por la Segunda República Española, salvo el Somatén rural catalán, y restablecido bajo la dictadura franquista. La abolición definitiva se produjo en 1978 tras el restablecimiento de la democracia. (Wikipedia, 19-02-2022).

En La zanja, de Alfonso Groso, un buen ejemplo de novela social en nuestro país, que describe la vida en un pueblo andaluz en «un día como otro cualquiera», aparece reflejada la figura del somatén, concretamente la de un grupo de hombres que va a hacer ejercicios de tiro a las órdenes de un teniente de la guardia civil.

Por el terraplén, frente a la vía férrea, a la derecha de la choza de Rosante —adonde llegan a veces los mozos del lugar para echar un cigarro despacio y quemar el avenate del sexo— bajó el somatén, precedido del Teniente de la Guardia Civil jefe de línea, a la práctica anual de tiro.

Nadie nuevo en el somatén. El Teniente es el mismo de siempre, don Roque Prado, para cinco años —con las más diversas graduaciones— soportando el día de San Alejo o de Santa Adela, sentado sobre el borde de la terronera polvorienta de la vaguada, el tiroteo a discreción de los afiliados del somatén: ocho máuseres checos y doce espingardas italianas; dos calibres distintos y ni un cerrojo limpio ni una sola ánima libre de polvo.

Como todos los años, antes de empezar, el calibreo y el cigarro gibraltareño, en corro, alrededor de la terronera donde el Teniente asienta el trasero verdipardo de su uniforme de campaña mientras escucha y promete la asistencia a la caldereta que nunca tiene lugar, a la cacería otoñal que nunca llega a celebrarse.

[…]

El teniente prosigue fumando despacio sin contestar.

—¿Qué, don Roque? —pregunta ahora Cristino el bodeguero—. ¿Cuándo le vendrá otro ascenso? Aquí sabe que nos alegramos de sus cosas, siempre que el ascenso no sea para un traslado… que ya su miaja de cariño le debe haber cogido a la tierra y a la zona de su demarcación; que no habrá tropezado usted con gente, mejorando a sus familiares, como los medios serranos y los serranos de este lado de la provincia; que sabe que se le aprecia.

Don Roque se incorpora del terrón, tira el cigarrillo de «Jorge Russo», inicia un bostezo y toca las palmas para llamar a todos los hombres.

[…]

—Vamos a empezar ya —dice el Teniente sin hacerle caso, mientras prepara la aspiración para pronunciar el discurso de todos los años—. Comprueben una vez más —prosigue— la absoluta limpieza del arma que manejan, que prevendrá en caso necesario cualquier contingencia y defenderá —deja resbalar las palabras sílaba tras sílaba— la in-te-gri-dad-ddd, en un momento dado, de los hombres de orden de este pueblo español…

Grosso: La zanja. Barcelona: Ediciones Orbis, 1984, págs. 34-35.

La lupa de Alfonso Grosso nos muestra qué tipo de persona solía integrar el somatén franquista, y, en el último párrafo se puede apreciar cuál era su misión: prevenir en caso necesario cualquier contingencia y defender la integridad, en un momento dado, de la «gente de orden».

La palabra «somatén» viene del catalán som atents, que quiere decir «estamos atentos», y la refundación del cuerpo en 1945 se hizo con la finalidad principal de que colaborara con la Guardia Civil en su lucha contra el maquis. Los miembros del somatén tenían fusiles en los puestos de la benemérita, y licencia de arma corta (muy limitada en aquella España), pero, teóricamente, no podían actuar por su cuenta, en solitario, sino que estaban a cargo y bajo el mando de la Guardia Civil en caso de que se les necesitara.