SECCIONES

sábado, 26 de abril de 2025

De riesgo

Una mañana de hace unos días, acabando ya el recorrido de mi autoimpuesta andadura diaria, paso cerca de la terraza de un bar en la que veo a mi amigo M., sentado a una mesa, sin compañía alguna y con una botella de cerveza en la mano. Como me extraña encontrármelo ahí a esa hora —la de su andadura también diaria— y, además, en solitario, me acerco a saludarlo y a preguntar.

M. y yo nos vemos de vez en cuando en nuestro cotidiano caminar cardiosaludable y aprovechamos para cruzar algunas palabras antes de continuar con nuestros respectivos caminos.

Así que le pregunto que qué ocurre, que por qué no está haciendo su caminata habitual; me responde que lleva ya unos días en dique seco, que padece una dolorosa lumbalgia y que, como no puede salir a andar, ha pensado en darse un paseo despacioso —«algo es algo», añade—, con sumo cuidado, hasta el lugar donde me lo he encontrado.

Continuamos hablando de sus dolencias, y aprovecho para contarle que yo también he padecido unos cuantos episodios de lumbalgia, muy fuertes algunos de ellos, y que, concretamente, el último fue debido a un movimiento de lo más común —utilizo la palabra «tonto» para calificarlo—, pues me sobrevino en mi dormitorio, cuando, haciendo la cama, extendía la manta sobre la misma.

Es entonces cuando M. me confiesa que está seguro de que la causa de la suya ha sido también un movimiento tonto, «aún más tonto que el tuyo» (me dice, en broma, retador, levantando el índice de su mano derecha: un gesto típico en él): una mala limpieza de culo —mala por sus consecuencias, me aclara—, en la que, por lo visto, algo no funcionó como de costumbre, como debía: algún movimiento, alguna postura, algún músculo…

Y, pronto, ambos, al alimón, acordamos calificar dicha acción —la de limpiarse el culo— como potencialmente peligrosa, como una operación «de riesgo», y ello a sabiendas de que es una tontería, si se piensa detenidamente en la frecuencia con que se efectúa, en los pocos esfuerzos que necesita su realización y en los movimientos habituales —flexiones, torsiones, giros…— que intervienen en tan cotidiana operación, pero… etiquetada queda.

 

viernes, 18 de abril de 2025

Un valentón

Después de la reciente recogida de cable (la retirada de aranceles, que, aunque parcial, no deja de ser una recogida de cable en toda regla) protagonizada por el actual presidente de EE.UU., escucho decir a Guillermo Fesser, corresponsal de El Intermedio en ese país, que el gran mandamás «se ha cagao». Parece que la causa, grosso modo, no es otra que la contraofensiva como respuesta de muchos de los países afectados por los alocados aranceles del norteamericano y el consecuente descomunal batacazo económico que se les está echando encima a sus compatriotas, incluidos, claro está, sus propios votantes.

Y esto me trae a la memoria un soneto que trata de… eso, de un «valentón» (vocablo sinónimo de «bravucón», el término que, últimamente, me suele venir a la cabeza ante personajes como el gerifalte estadounidense), un «tiracantos» que, frente a la respuesta recibida ante uno de sus envites, decide… pues… eso, recoger cable y… envainársela, nunca mejor dicho.

Un valentón de espátula y gregüesco,

que a la muerte mil vidas sacrifica,

cansado del oficio de la pica,

mas no del ejercicio picaresco,

retorciendo el mostacho soldadesco,

por ver que ya su bolsa le repica,

a un corrillo llegó de gente rica,

y en el nombre de Dios pidió refresco.

«Den voacedes, por Dios, a mi pobreza

—les dice—; donde no, por ocho santos

que haré lo que hacer suelo sin tardanza.»

Mas uno, que a sacar la espada empieza,

«¿Con quién habla? —le dice al tiracantos—,

¡cuerpo de Dios con él y su crianza!

si limosna no alcanza,

¿qué es lo que suele hacer en tal querella?»

Respondió el bravonel: «¡Irme sin ella!».

Miguel de Cervantes

Los tres últimos versos añadidos al final del soneto, en Literatura, reciben el nombre de «estrambote», palabra con la que, si mal no recuerdo, me encontré por primera vez estudiando cuarto de bachillerato (curso escolar 1964-1965) en el colegio de frailes en el que mis padres, lamentablemente para mí, me habían matriculado en Murcia.

El término «estrambote» aparecía en el libro Lengua española y Literatura que la editorial SM publicaba entonces para dicho curso, un «libro de texto» —aún lo conservo: lo tengo delante— en él que dicho vocablo se utiliza, como he adelantado en el párrafo anterior, para designar los tres versos añadidos al final del susodicho soneto de Miguel de Cervantes (mucho después, no hace tanto, he sabido que tal soneto es atribuido, no de autoría cierta), que allí aparecía con el nombre de soneto con estrambote, en una de las lecciones dedicadas a los diversos tipos de estrofas.

estrambote

Del it. strambotto.

1.   m. Métr. Conjunto de versos que, por gracejo o bizarría suele añadirse al fin de una combinación métrica, especialmente del soneto.

(Real Academia Española)

 

viernes, 11 de abril de 2025

Sustituir

Creo que, en la mayoría de los casos, se debería sustituir el «yo siempre digo» por el «yo suelo decir» o por el aún más prudente «yo, últimamente, suelo decir».