Un amigo me envía un vídeo que ha encontrado publicado en Instagram, y lo primero que pienso cuando me llega es que tenemos que llevar mucho cuidado con los envíos y recepciones de este tipo, que debemos cerciorarnos de la veracidad de su contenido y así evitar o, al menos, dificultar al máximo, el que nos la cuelen.
En el vídeo se habla de las mujeres rapadas de la guerra civil española, tema que, de inmediato, me trae al recuerdo que aquí, en el pueblo, en los años de mi infancia, Marino, uno de los pocos guardias civiles de los que no recuerdo su imagen ni su graduación (creo que era cabo), fue famoso en los mentideros de la localidad por su inclinación —por expresarlo de forma suave— a rapar al cero el pelo de la cabeza de cualquier malhechor que lo fuese a sus ojos (recuérdese quiénes en aquellos años eran considerados tales —malhechores— por el régimen franquista y sus acólitos).
Sobre todo, era conocida en el pueblo (creo que es lo único que quedó del guardia en la memoria de muchas de las personas que vivían aquí entonces, algunas de las cuales aún viven) la obsesión de Marino con los gitanos, la inquina que mostraba hacia cualquiera de ellos que se acercase por sus dominios, que, pronto, entre el sufrimiento de otros abusos, como las purgas con aceite de ricino y las palizas, era pelado al cero por el guardia.