Yo recuerdo, de mi infancia, en las “oscuras”
e imponentes misas de difuntos —no sé qué pintábamos allí los
niños—, la melodía del Dies
irae (♫ fa – mi – fa –
re – mi – do – re – re…♫♪). Entonces no sabía lo que
tal música quería decir, lo que significaba, aunque intuía su
“seriedad”, su tenebrosidad, dado el ritual al que servía de
acompañamiento.
Dies irae
es el nombre latino —Día de la
ira— de una famosa secuencia
medieval (una de las formas literarias y musicales más populares de
este período), un himno que forma parte de la misa de réquiem, la
de difuntos.
Esta melodía de canto
llano (Gregoriano)
ha sido utilizada posteriormente para evocar no solo el símbolo de
la muerte o los horrores del Día del
Juicio Final, sino también el miedo
a lo sobrenatural.
Entre los músicos que la han utilizado en
composiciones donde es reconocible el original —literalmente o
modificado—: Berlioz,
Liszt,
Rachmaninov
y Saint-Saëns,
por poner solo unos pocos.
Otros grandes compositores han hecho sus
propias —algunas, extraordinarias— versiones musicales,
sobre todo para orquesta y coro; entre ellas queremos destacar unas
pocas: la de Mozart
(Requiem en re menor,
KV 636), que es la más conocida, y las de Cherubini,
Salieri, Dvorak, Verdi y
Donizetti.
Veamos, en primer lugar la versión “original”,
perteneciente al canto llano,
basada en un famoso, impresionante y significativo poema de la
literatura latina cristiana, atribuido al fraile Tomás
de Celano (muerto hacia 1250).
Aunque
en textos de la liturgia de difuntos ya aparece siglos antes de Tomás
de Celano. Concretamente, la frase “dies irae, dies illa” nos la
encontramos ya en un poema del siglo IX, del que existe más de una
versión.
¿Impresionante?, sí, mucho, por lo que representó para el hombre
del medievo ese vivir aterrorizado por el miedo, ese constante
martilleo: has de morir, te van a juzgar rígidamente, no te escapas,
te espera el infierno...
El poema trata de un asunto tradicional en la
cultura cristiana: el Juicio Final,
un tema muy presente en la mente de los cristianos de la época, muy
representado en el Románico
y en el Gótico,
y reflejado en la literatura.
Para apreciar el Dies irae en su simplicidad
espiritual gregoriana, deberíamos ponernos en situación y
escucharlo de un buen coro de monjes en alguna iglesia de la época,
pero, a falta de pan… lo haremos de una versión grabada por los
Monjes de la Abadía de Notre Dame.
Como la letra latina va en el vídeo (gracias, Jaime Vado), solo
tenemos que añadir la traducción para un mejor
entendimiento.
TRADUCCIÓN
Aquel día, día de ira,
reducirá este mundo a cenizas, como profetizaron David y la Sibila.
¡Cuánto terror sobrevendrá
cuando venga el Juez a pormenorizar todas las cosas con estricto
rigor!
La trompeta, esparciendo un
maravilloso sonido por todos los sepulcros del mundo, reunirá a
todos ante el trono.
La muerte y la naturaleza
quedarán estupefactas cuando resuciten las criaturas para responder
a su juez.
Saldrá a la luz el libro
escrito que todo lo contiene, por el que el mundo será juzgado.
Cuando al Juez le parezca
oportuno, todo lo oculto saldrá a la luz; nada quedará impune.
¿Qué podré yo, desdichado,
decir entonces? ¿A qué protector invocaré, cuando apenas los
justos están seguros?
Rey de tremenda majestad, que
salvas gratis a quienes van a ser salvados, sálvame, fuente de
piedad.
Recuerda, piadoso Jesús, que
soy la causa de tu camino, no me pierdas aquel día.
Buscándome, te sentaste
cansado; me redimiste padeciendo muerte de cruz; no sea vano tanto
esfuerzo.
Juez que castigas justamente,
hazme el regalo del perdón antes del Día del Juicio.
Gimo como un reo, se enrojece
mi rostro por el pecado, perdona, Dios, a quien te implora.
Tú, que absolviste a María y
escuchaste al ladrón, también a mí me diste esperanza.
Mis ruegos de nada valen, pero
tú que eres bueno haz misericordioso que no me queme en el fuego
eterno.
Dame un lugar entre las ovejas
y separándome de los cabritos colócame a tu diestra.
Rechazados ya los condenados,
y entregados a las duras llamas, llámame con los bienaventurados.
Suplicante y humilde te ruego,
con el corazón casi hecho ceniza: toma a tu cuidado mi destino.
Día de lágrimas será aquel
en que resurja del polvo el hombre culpable para ser
juzgado.
¡Perdónale pues, oh Dios,
¡Perdónale pues, oh Dios,
Piadoso Señor Jesús ¡Dales
el descanso!
Así sea.
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