SECCIONES

viernes, 26 de noviembre de 2021

Ha muerto el Guti

A primera hora de la mañana, con mis nietas preparándose para ir al colegio, recibo un guásap de Juan Manuel Prior, hijo de mi amigo Juan Prior, el ‘Guti’.

«Malo», me digo antes de abrirlo, sabiendo de la precaria salud de su padre y considerando que este es el segundo mensaje que recibo de Juan Manuel en años: el primero y único hasta ahora fue en julio de 2018 para agradecerme la escritura de «El Guti», un artículo que publiqué en La Calle y en Abonico sobre mi amigo, el Juanito de mis años jóvenes, sobre todo de los de mi infancia, aquellos en que tanto me protegió, tanto lo aprecié y tanto lo admiré.

Es un guásap colectivo, dirigido «a todos mis contactos para informaros de que esta noche ha fallecido mi padre». Lo recibo como un golpe, un mazazo que no esperaba, que nadie esperaba. Concretamente, la última vez que nos vimos, el propio Guti me había dicho que estaba mejor, que, con sacrificio, pues le costaba mucho contenerse ante la comida, llevaba más o menos controlado el problema del azúcar, y que lo estaban preparando ante la posibilidad de que tuviera que someterse a hemodiálisis en un futuro quizás poco lejano.

Tras la lectura del guasap, le comunico a mi gente la fatal noticia y le digo a Toñi que, cuando vuelva de mi andadura, iremos al tanatorio.

En esto, mis nietas, que, aunque andan atareadas en la pizarra y parecen ensimismadas en sus escritos y dibujos, tienen las antenas desplegadas, me han mirado con curiosidad y, contagiadas por el ambiente del momento —con cuidado, voz baja, cara triste…— me preguntan: «¿qué pasa, abuelo». Intentando no impresionarlas, les digo lo que ha pasado: que ha muerto un amigo, alguien muy importante para mí; a continuación, la menor, Ángela, me hace otra pregunta: «¿y qué es un tanatorio?».

Y mientras se lo explico, emocionado, intento como puedo, aunque sin mucho éxito, reprimir las lágrimas que desde hace rato acuden a mis ojos. Trato de disimular, salgo de escena, voy al aseo y… allí sí, allí me desahogo.

Escribiendo esto, me vienen a la mente los primeros versos de las coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre.

Recuerde el alma dormida,

avive el seso e despierte,

contemplando

cómo se pasa la vida;

cómo se viene la muerte

tan callando;

   cuán presto se va el plazer;

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parescer,

cualquiere tiempo passado

fue mejor.

Manrique, Jorge:

Coplas por la muerte de su padre.

Edición de Jesús Manuel Alda Tesán.

Madrid: Cátedra, 1978, pág. 144.

 

 

viernes, 19 de noviembre de 2021

Faltan palabras

Entiendo perfectamente lo que quiere decir Jorge Wagensberg al afirmar que «no hay bastantes palabras para decir la realidad» (Si la naturaleza es la respuesta, cuál era la pregunta. Barcelona: Tusquets, 2009, pág. 63).

Entiendo que se refiere a que, por muchos términos y expresiones de que dispongamos, por muchos recursos lingüísticos que manejemos en nuestros vocabularios respectivos, siempre nos resultarán insuficientes para expresar con ellos la compleja realidad que conocemos (visual, auditiva, olfativa…); significa que, aun con todas las palabras «del mundo» a nuestra disposición y un conocimiento óptimo para utilizarlas, nos faltarán, se nos quedarán cortas para acertar y afinar con los infinitos matices de todo tipo que la inabarcable realidad nos ofrece.

Algo parecido le leí hace ya tiempo a Salvador Pániker sobre este mismo asunto, el de la insuficiencia de nuestro «lenguaje conceptual» para expresar «la complejidad refinada del mundo vivo».

[…] Nada más intrincado y bello que el movimiento espontáneo de un leopardo; nada más pobre y esquemático que nuestro lenguaje conceptual. La desproporción entre el simplismo del lenguaje conceptual y la complejidad refinada del mundo vivo siempre me ha desconcertado […] (Pániker, Salvador: Cuaderno amarillo, Barcelona: Debolsillo, 2000, pág. 126).

Y esta evidente insuficiencia de nuestro lenguaje ante la tan extraordinariamente rica realidad es fácilmente comprobable al más mínimo intento serio de descripción —oral o escrita— de cualquiera de las muchísimas parcelas de la misma que haya al alcance de nuestro cerebro, y tanto de las que provienen de fuera de nosotros, que percibimos a través de los sentidos, como de las que nos llegan desde nuestro interior, que lo hacen a través de receptores internos, mediante las sensaciones propioceptivas e interoceptivas.