SECCIONES

viernes, 23 de febrero de 2024

Enorme suerte ejemplar

Lo dijo Melinda French, exesposa de Bill Gates.

Cuando tienes la enorme suerte de ser multimillonario, créeme, puedes entregar la mitad de ello y que tu vida no cambie. Y debemos hacerlo. Debemos tener una sociedad en la que, si por cualquier razón, hay tal cantidad de dinero en tus manos, debes devolverlo a la sociedad para que cambies y mejores las vidas de otros. (Porcel, María: «Melinda French Gates habla por primera vez de su divorcio de Bill Gates: “No podía confiar en lo que teníamos”», El País, 03-03-2022).

Lástima que no piensen así muchos otros munchimillonarios, como diría el Tío Pencho.

A ver si cunde el ejemplo.


viernes, 16 de febrero de 2024

Don Salvador

A Ireno Fernández Martínez, in memoriam.

Durante muchos años, siendo yo niño, don Salvador fue mi médico de cabecera. Entonces, yo eso de «médico de cabecera» no lo entendía bien, pero, desde luego, a mi cabecera o junto a mi cabecera —la de mi cama— vino muchas veces, porque mi infancia fue en gran parte una prolongada enfermedad.

Don Salvador (nombre premonitorio de médico) era todo un personaje, con una cabeza bastante ligera, como conviene a la persona cuyas andanzas están destinadas a convertirse de algún modo en atractivas historias que circulan con fluidez por el pueblo. Algunas de esas historias, de origen dudoso, han sido modificadas en la cadena de la comunicación oral y se han extendido con el tiempo, siendo adjudicadas en distintos lugares a diferentes profesionales de la medicina.

Lo recuerdo delgado, fibroso, más bien pequeño de estatura... físicamente poca cosa; con el pelo blanco, muy corto y a cepillo; de movimientos rápidos, como con prisa siempre, muy nervioso y hablando con mucha energía, aunque no con mucho volumen sonoro; y, ¡ah!, eso sí, expresándose con una autoridad incuestionable, incontestable; como aquel día que, en una visita a mi casa estando yo en cama enfermo, mi padre, a los pies del lecho, ya saliendo de la habitación, quiso hacerle una observación.

—Don Salvador, yo creo…

Don Salvador lo interrumpió de forma contundente.

—¿¡Usted es médico!? —cortó-contestó-preguntó el peculiar galeno muy rápidamente, con mala educación; y repitió, con el mismo talante, para dejar claro quién mandaba— ¿¡usted es médico!?

—No —dijo mi padre bajando un poco la cabeza.

—¡Pues usted no cree nada! —acabó la respuesta, tajante y autoritario, quien sí era médico— ¡usted se calla!

Decía don Salvador que había tres «Angelitas» en el pueblo (tres señoras con ese nombre), y a continuación añadía que las tres eran «de cuidao», y aclaraba: «malas»; y eso que una de ellas era su propia mujer.

Algunos de sus remedios como médico (no me atrevo a referirme a ellos como prescripciones facultativas) se hicieron famosos en la localidad. Ya no sabemos (creo que se suman y se confunden, como suele ocurrir en estos casos) los que «mandó» de verdad y los que se le adjudicaron debido a su fama y que pueden pertenecer a otros profesionales no menos ligeros de cascos que él.

A una paciente ya mayor que tenía problemas para mear (aunque vivía en el campo, esta mujer era «reconocida» en el pueblo por su espesa higiene) es famosa la solución que le dio nuestro médico: primero, que se lavara bien sus partes con agua caliente y jabón; incluso, si era preciso, que se frotara con un estropajo, y que a partir de entonces, cuando fuera al retrete, se limpiara el culo en dirección opuesta a la que lo venía haciendo hasta ese momento, que lo hiciera para atrás en vez de hacia delante; de lo contrario —dicen que le dijo— se le embozaría de nuevo el papo y, con ello, se le volvería a obturar la salida de la orina.

Cuentan (también lo he oído achacado a algún otro médico) que a otro paciente le recetó ladrillos y yeso porque llegó a la consulta diciendo que tenía una ventana en no sé qué parte del cuerpo; por cierto, una expresión, la de la ventana, habitual en la época, sobre todo entre gente poco formada, que era la gran mayoría de la de entonces.

En otra ocasión, viéndolo entrar en la tienda un frío día de invierno, la joven dependienta de la misma, mortificada por los sabañones, le preguntó:

—Don Salvador, ¿es que no hay algún remedio realmente efectivo para los sabañones?

—Sí, ¡claro que lo hay! —contestó él rápidamente, como diciendo ¿es que no lo conoces?—, hay algo que produce efectos extraordinarios en los sabañones, que acaba con ellos —dejó correr una breve pausa para mantener tensa la atención y concluyó—: la llegada de la primavera.

Una madre, preocupada, llama a nuestro médico; está intranquila porque su hija, adolescente, anda malucha, ha perdido las ganas de comer y se encuentra «con gómitos y algo mareauja». Don Salvador examina a la chica y ya terminando de hacerlo escucha a la madre, que le pregunta si puede ser que le haya sentado mal una sardina que tomó la noche anterior para cenar; él, atento todavía al fonendoscopio, sin terminar de levantar la cabeza, medio sonríe a la mujer y le contesta, en su estilo, socarrón, que una sardina no, que ha sido una minina, porque resulta que la joven está embarazada.

También me contaron, acompañando el relato de explícitos gestos, que alguien entró un día en la consulta y lo encontró, a lo bruto, en pleno proceso de algo que se parecía a estar sacando una muela (entonces esto lo hacían los médicos generalistas): don Salvador estaba subido sobre un paciente que permanecía echado en el sillón-camilla de su consulta, un pobre hombre al que el galeno le había clavado la rodilla en el pecho al tiempo que aparentaba tirar de una de sus piezas dentales con la herramienta pertinente.

Era muy habilidoso con las manos, un auténtico mañicas, a lo que sumaba un cerebro bastante dotado e ingenioso. Por todo ello (lo he escuchado en distintas ocasiones y versiones) no le fue difícil montar una emisora de radio pirata con la que disfrutaba en aquellos tiempos posbélicos de duro franquismo haciéndose pasar por la voz del maquis y acojonando a componentes y dirigentes locales de Falange, de los que daba nombres y decía que los de la resistencia irían a por ellos porque la tenían hecha, consiguiendo de esta manera que algunos «cruzados», temiendo las represalias, durmieran poco y con la pistola bajo la almohada (me dicen que él era intocable para los paniaguaos locales del régimen porque estaba bajo la protección de un hermano suyo, un gerifalte de Falange).

A pesar de la leyenda que lo envolvía: de bruto, de polvorilla, de cabeza ligera..., recuerdo que tenía fama de buen médico. Sí, nuestro personaje era considerado en el pueblo un buen profesional; de trato algo desagradable a veces, incluso claramente maleducado con cierta frecuencia, pero, en definitiva, buen médico, que es lo que en el fondo más importaba a sus pacientes.


viernes, 9 de febrero de 2024

Una perturbación

Otra cita sobre la vejez para añadir a mi selección:

No quería resignarse a la vejez. La edad avanzada es una perturbación de la realidad conocida, cambia el cuerpo y cambian las circunstancias, se va perdiendo el control y se llega a depender de la bondad de otros, pero pensaba morirse antes de llegar a ese punto. El problema era lo difícil que a veces es morir con dignidad y rapidez. (Allende, Isabel: Largo pétalo de mar. Barcelona: Plaza Janés, 2019, pág. 345).

He recordado que tenía anotada esta cita desde hace ya un tiempo, cuando recientemente he leído un titular de prensa con una frase de Ana Belén, también sobre la vejez, una reflexión con la que he conectado inmediatamente: «Ana Belén: “Hacerse mayor es una putada porque, mentalmente, te sientes tan joven”» (Anatxu Zabalbeascoa, 27-01-2024, El País Semanal).


viernes, 2 de febrero de 2024

Babiolas

Disfruto a menudo (va por temporadas; últimamente suelo hacerlo muy a menudo) tocando con la flauta de pico —con diferentes flautas: soprano, alto, tenor o bajo— unas pequeñas piezas musicales publicadas por primera vez en 1730 (Babioles las tituló su autor, Monsieur Naudot), unos sencillos duetos escritos originalmente para dos instrumentos iguales: dos flautas de pico, dos violines, dos oboes, dos flautas traveseras…

A mí me gusta castellanizar la palabra francesa «babiole» (cuya definición es «chose sans importance»: literalmente «cosa sin importancia»), y decir «babiola», equiparándola en nuestra lengua a (y elijo, de entre muchos, los términos que más me gustan): bagatela, nadería, minucia, fruslería, chuminada…