SECCIONES

viernes, 25 de marzo de 2022

Actus Tragicus

Comencé a interesarme por esta obra (una de las primeras cantatas de Bach: Gottes Zeit ist die allerbeste Zeit, BWV 106, más conocida por su título apócrifo: Actus Tragicus) porque formaba parte del repertorio del instrumento que estudiaba en el conservatorio: la flauta de pico; y ya la primera vez que la escuché me impresionó. Sobre todo, atrajeron mi atención (¡cómo no!, estudiando lo que estudiaba) las dos flautas de pico que protagonizan su sonatina inicial, su primer movimiento.

Una cantata usualmente comenzaba con una sinfonía u obertura instrumental o sonata (sonatina). Aunque la formación instrumental suele ser modesta en las primeras obras de Bach, el compositor hace un uso sumamente eficaz de las combinaciones instrumentales, como ocurre en el dulce cuarteto de dos flautas de pico y dos violas de gamba en la cantata fúnebre BWV 106 […] (Wolff, Christoph: Bach. El genio sabio, Barcelona, Ediciones Robinbook, 2008, pág. 118).

Pronto busqué y compré una buena interpretación de la obra y desde entonces he dedicado y dedico parte de mi tiempo a escuchar y comparar las distintas versiones que voy localizando de la misma.

Dentro del ambiente en general triste de la sonatina, me gusta mucho el comienzo entre melancólico y fúnebre que crean las violas da gamba (en la grabación que ofrezco a continuación hay también un violonchelo) y el bajo continuo, y me atraen especialmente los delicados efectos de diálogo e imitación entre las dos flautas de pico.

La interpretación —excelente— es de la Netherlands Bach Society; los dos flautistas son Heiko ter Schegget y Benny Aghassi; y el director del grupo, Jos van Veldhoven.

Aconsejo encarecidamente —suelo hacerlo para cualquier audición que merezca la pena— que, de ser posible, se vea y, sobre todo, se escuche en un buen equipo, o, en su defecto, con unos buenos auriculares; si no es así, si se hace en el móvil y sin unos auriculares mínimamente decentes es como escuchar el sonido salido de una lata de sardinas.

 

viernes, 18 de marzo de 2022

El padrino

Justo ahora, a mediados de marzo, precisamente el día quince, se han cumplido cincuenta años desde el estreno en 1972, en Estados Unidos (a España llegaría meses después: el veinte de octubre), de la primera parte de una de las obras cinematográficas más grandes de la historia del séptimo arte, la de El padrino, de Francis Ford Coppola. Tenía yo entonces veintiún años y, tras unos cuántos extraviado, en barbecho, me hallaba en plena tarea de enderezar mi torcida vida de estudiante.

Pasados muchos años, después de haber visto varias veces, desde sus respectivos estrenos, cada una de las tres partes de la trilogía que integra esta monumental obra maestra, volví a ver las tres películas, más algún material extra sobre su rodaje, en un auténtico maratón de un solo día (en este orden: El padrino, El padrino II, El padrino III y, por último, el material extra).

Son muchas horas de visionado, pero para mí resultó todo un acontecimiento, una experiencia que, desde entonces, he recomendado en más de una ocasión a quienes he considerado amantes del buen cine.

Mejor aún si se hace en un lugar cómodo, con buenos medios —ahora los hay magníficos— y acompañado por gente que aprecias y con la que compartes gustos cinéfilos; en mi caso lo hice en mi casa —imposible más cómodo—, ante una pantalla decente y acompañado de la familia y un par de amigos.

Y todavía mejor si para ese mismo día se programan —como también se hizo en mi caso— una buena comida —con siesta incluida— y una buena cena, y se disfrutan ambas acompañado igualmente de las personas que comparten contigo esa experiencia única, añadiendo, además, algún paseo que, intercalado a piacere entre el visionado de las tres películas y los extras, permita estirar las piernas y compensar las muchas horas de expectación sedentaria.