SECCIONES

viernes, 24 de junio de 2022

Tres flautistas, una boda y casi un funeral (y 2)

La última vez que toqué públicamente ante un auditorio considerable fue en la ceremonia de la boda de mi hijo Jose Alberto, en un bonito y bien acondicionado jardín del restaurante donde se celebró el acontecimiento. Aquí pongo una imagen que, esta sí, vale más que «mis» palabras.

La instantánea recoge el momento inmediatamente anterior a la interpretación (no sé si «ejecución» por lo que a mí respecta), ya digo, la última frente a un público considerable; lo recuerdo nítidamente, y como además era el padrino de la boda —que esa es otra—, pues… eso… que andaba un tanto nervioso.

La obra interpretada fue un trío de Quantz, del que solo tocamos un movimiento; y los intérpretes, los tres flautistas que aparecemos en la foto y que presentaré a continuación, de izquierda a derecha, fuimos: mi hijo Antonio, yo y, en último lugar, al fondo, el gran Iván. La verdad es que no habíamos ensayado mucho —realmente, casi nada—, pero tampoco la dificultad de la obra es como para matarse.

A continuación, trataré de explicar lo que, en mi opinión, en el momento que «inmortalizó» el fotógrafo, pasa por la cabeza de cada uno de los músicos, según la cara que muestra en la fotografía. E intentaré adobar el relato con un poco de humor para quitarle carga dramática, por aquello del pudor.

Mi hijo Antonio, el primero por la izquierda —mírese la foto otra vez—, aparece con la flauta travesera en la mano y un gesto en el que se transparenta lo que está pensando en ese preciso momento: está temiendo que su padre —yo, y mis nervios— lo eche todo a perder; está «rumiando»: «qué te apuestas a que mi padre hace una de las suyas».

A la derecha, Iván, «un máquina» según expresión en boga, con una flauta de pico contralto de madera de palisandro, elegida con sumo cuidado de entre las mejores que tengo —la que más le gusta—, aparece con un gesto (cabeza un poco alta, nariz adelantada y elevada...) que denota esa superioridad del músico de nivel, y el temor de estar jugándose el prestigio conseguido en sus años de estudio en Holanda…; sí, se huele —atención a su nariz— estar jugándoselo todo con un «individuo» como yo.

Y en medio, con una flauta de pico contralto de madera de boj, yo, el «peligroso», la mirada dirigida a lo alto, concentrado, implorando, como rezando, el único del que sé con certeza, si no lo que está pensando con exactitud, sí lo que más o menos pasa por mi mente: algo parecido a «padre nuestro que estás en los cielos…», pero en ateo.

Bueno... ha llegado el momento de escuchar, y ver, la interpretación del Allegro inicial del Trío en Fa Mayor de Johann Joachim Quantz (transportado, pues el original es para tres traversos) llevada a cabo por una de las diversas «alineaciones» del grupo Policálamos. Así que... aquí está, en un trocito de vídeo extraído de la película de la boda.

 

 

viernes, 17 de junio de 2022

Tres flautistas, una boda y casi un funeral (1)

Leí hace ya mucho tiempo que el chileno Claudio Arrau, uno de los grandes pianistas del siglo xx, necesitaba un psicólogo a su vera cuando tenía que tocar en público, pues el miedo podía con él. Y resulta que su caso no es tan raro, que han sido, son y serán muchas las personas que han cargado, cargan y cargarán con la pesada rémora que supone este problema; de entre los famosos más conocidos —actores, músicos, deportistas...—, citaré solo unos pocos de la familia para mí más cercana, la de los músicos, todos ellos muy grandes: Pau Casals, Vladimir Horowitz, María Callas, Enrico Caruso, Renée Fleming, Arthur Rubisntein y Sergei Rachmaninov.

Yo también sufro de miedo escénico, aunque si entramos en matices, en verdad, el término «miedo» se me queda corto; realmente, lo que padezco es un pavoroso pánico escénico, expresión que alude con más precisión a mi problema.

¿Que qué es el miedo escénico?

Uno de los padecimientos más temibles en el marco de las relaciones personales, es el llamado miedo escénico o pánico escénico, un estado inhibitorio que reduce la efectividad comunicativa e impide o dificulta la capacidad expresiva de las personas afectadas. (Wikipedia, 17-06-2022).

¿Y qué supone para un músico, concretamente para uno que, como yo, toca un instrumento de viento? Significa que el temor se te puede echar encima en cualquier situación en la que adquieres o crees que adquieres algún protagonismo —por ejemplo… en el escenario en que actúas—; significa que entonces te cuesta horrores tocar, que, debido a los nervios, la respiración —el diafragma— no obedece al cerebro como tú quisieras y se acaba el aire en los pulmones antes de tiempo, sin haber terminado la frase musical, y el fraseo lo nota; que los dedos tiemblan y su necesaria sincronización con la lengua —que debe, pero no puede, articular con precisión— es defectuosa, incluso muy defectuosa. En fin… un calvario.

Por ello, pocas veces he tocado en público, y las que lo he hecho, sobre todo ha sido como alumno del conservatorio, en su momento. Sin embargo, tengo que decir que, dando clase, como profesor de flauta, sí he tocado con frecuencia —constantemente— delante de mis alumnos y también en conciertos organizados para y con ellos, pues lo he considerado mi obligación, mi trabajo. Así que he dado mis clases (a niños de primaria, a universitarios, a maestros de educación musical...) siempre con la flauta al alcance de la mano, dispuesto a poner los ejemplos oportunos, con humildad, corrigiendo y haciendo observaciones sobre el sonido, el fraseo, la articulación, la ornamentación, los matices...

Continuará.