Me molesta.
Ustedes, como yo, habrán visto cómo lo celebran los futbolistas, y
otros deportistas, cuando marcan un gol, cuando anotan un tanto: las
volteretas, las carreras, las montoneras de jugadores y la cantidad
de gestos, bailes y montajes, algunos muy originales. ¿Y todo esto
para qué? Pues… para indicar su alegría, para señalar a quién
—o quiénes— dedican el tanto, para contestar con ¡chúpate esa!
a alguien que ha puesto en entredicho cualquier aspecto referido al
jugador en cuestión...
Les puedo asegurar que en el mundo de la interpretación musical, por
hablar de un terreno con el que me siento más familiarizado, se
hacen frecuentemente cosas mucho más difíciles que ese gol tan
teatralmente celebrado y muchas veces producto de la suerte, cuando
no de la pillería ramplona y de las malas artes de su autor.
Me viene a la cabeza estar viendo en televisión un ensayo de una
orquesta —no recuerdo su nombre ni el de la obra— en el que el
flautín tenía que “dar” —un término demasiado prosaico ese
“dar”— veintitantas notas en tres segundos, creo recordar. Era
muy difícil “darlas” con éxito todas y la chica encargada de
ello lo hizo muy bien, salió victoriosa del pasaje y fue aplaudida
por sus compañeros y por el director (Recordemos que era un ensayo,
no lo habrían hecho, no habrían interrumpido para aplaudir en mitad
de un concierto). Sin embargo, ella no hizo ningún gesto
exhibicionista, todo lo contrario, sonrió y se ruborizó ante el
agasajo del resto de los músicos.
Pues bien… lo que quiero decir es que no logro situar en el mundo
de la música —del arte en general, o en el de la ciencia…: en
fin, en el mudo intelectual— algo parecido a la exhibición
futbolera. Imagínense ustedes a un pianista —o trompetista o
saxofonista o…— que al finalizar la pieza o, peor, tras cada
pasaje de gran dificultad interpretado con éxito, se levanta de su
silla y comienza a dar volteretas por el escenario, mostrando los
dedos índice y corazón de ambas manos en señal de victoria, o
chupándose el dedo pulgar para que sepamos que tiene un bebé al que
le dedica el éxito de haber tocado el pasaje sin atranques, o
acunando a un niño, o señalando una barriga porque su señora está
embarazada, o…
¿A que no se lo imaginan?
“¡Pues claro que no!” —me contestarían ustedes—, “no es
propio del pianista, flautista, clarinetista…”
¿Y del futbolista sí?
¡Pues sí!
¡Pues eso!
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