SECCIONES

viernes, 28 de febrero de 2020

Un buen zasca

Titular de Público (19-02-2020): «Una madre usa la censura parental para evitar que su hija asista a la visita del presidente de Murcia a su colegio». Debajo del título del artículo pone que la madre «ha señalado que no considera "oportuno" que los políticos "vayan a interrumpir" y ha escrito una carta al presidente del Ejecutivo autonómico para mostrarle su disconformidad con la medida» (refiriéndose a lo del pin parental). 
Actualmente, en el habla coloquial, para denominar lo que ha hecho esta valiente mujer, se suele utilizar la palabra «zasca», una voz onomatopéyica (imita el sonido de un golpe: ¡zas!) que, según el diccionario de la Asociación de Academias de la Lengua Española, significa: «respuesta cortante, chasco, escarmiento».

Donde las dan…

viernes, 21 de febrero de 2020

Oído

(A quien va conmigo)
Te dice tu otorrino que los niveles de audición que tienes actualmente son normales para tu edad, que por ahora no necesitas todavía aparato alguno para oír mejor. Y así será —piensas—, pero… no puedes evitar preocuparte cuando tu mujer te dice: «tengo que hacer carne a la plancha» y lo que tú entiendes es «tengo que acercarme a la plaza»; sí, aunque instantes después, en el contexto de la conversación, lo pienses mejor, le des un par de vueltas y caigas en lo que ha dicho realmente, pero… ¿¡es para preocuparse o no!?

viernes, 14 de febrero de 2020

Quien va conmigo

El hombre que siempre va conmigo, aunque es como yo —física y psíquicamente—, no es un calco mío al milímetro. Tiene mi misma edad, y también unas ideas como las mías, pero no exactamente ni siempre, pues en ocasiones surgen discrepancias entre nosotros, que solo me preocupan cuando se presentan ante temas delicados. Sus temores y miedos son parecidos a los míos, incluso más acentuados a veces y ante según qué casos, y, aunque más ambicioso que yo, sus expectativas, sus ilusiones, sus esperanzas... sus metas, también se aproximan mucho a las mías.
Converso con él constantemente, tratando de entender sus criterios, sus razones, sus decisiones… algo que no siempre consigo. La verdad es que con nadie me relaciono tan fácilmente como con él, pero, a veces, tengo que esforzarme y llevar mucho cuidado para que su parte más divergente de mí —cierto que pequeña y poco discordante habitualmente— no intervenga de manera decisiva en asuntos de vital importancia, o para que, si no lo puedo evitar, lo haga mínimamente. Así que, aun necesitándolo, lucho por mantenerme al margen de sus desavenencias, ya que de lo contrario tiende a invadirme y a tratar de imponerme sus razones, sus criterios, sus soluciones… incluso con vehemencia a veces.
En definitiva… creo que no debo quejarme, pues en general mantenemos ambos, y espero que por mucho tiempo, una relación aceptable... tirando a buena (tampoco es momento ahora de sacar a relucir nuestras zonas más sombrías), y supongo que ello se debe a que cada miembro del inseparable tándem que formamos conoce bien el papel que ocupa en él, y sabe cuándo y cómo debe intervenir y aportar su opinión, siendo consciente —siempre, en cada momento— de quién tiene que tomar en última instancia las decisiones más difíciles y complejas.

viernes, 7 de febrero de 2020

Maricones y libianas

Verano. Ya avanzada la tarde de un caluroso día de julio. El calor sofocante ha disminuido. Me llama Fernando Zapata y me dice que me invita a tomar una cerveza mientras hace tiempo esperando a que le laven el coche. Acepto. Nos vemos en la puerta del bar en que hemos quedado. Entramos. Tras el mostrador, atendiendo la barra, está P, uno de los protagonistas de una historia que Fernando me había contado tiempo atrás pero de la que apenas me acordaba, además de que en su momento me había parecido un chiste. Para demostrarme su veracidad, Fernando, delante de mí, pregunta a P si recuerda una escena que protagonizó con otros tres individuos hace ya tiempo en otro bar, en el que este trabajaba entonces. Como P no se acuerda, mi amigo le refresca la memoria contando —ya digo, ante mí—, lo que sigue a continuación (más o menos):
En la barra de un bar, con escasos clientes en ese momento, conversan cuatro individuos: P, que es el encargado del local, un chaval joven, extranjero, que trabaja allí de camarero, un cliente de mediana edad, y otro ya bastante mayor y muy aficionado al vino.
—Lo que pasa en España… —comienza P, como queriendo arreglar el país— es que hay muchos maricones y muchas libianas.
—¿Qué son las libianas? —pregunta el joven camarero.
—Pues… serán de Libia —dice, inseguro, el cliente de mediana edad.
—Como los toros —confirma el más viejo del cuarteto.
Evidentemente, piensa Fernando.

viernes, 31 de enero de 2020

Dejar en mantillas

«¿Qué diferencia hay entre una montaña y una colina?». Esta fue una de las preguntas que había puesto en el examen don Blas, el maestro de sociales. Y uno de sus alumnos, todo un personaje ya entonces, muy sobrado, respondió, con mucho desparpajo, que colina y montaña eran muy diferentes, pues «la montaña deja en mantillas a la colina», una respuesta muy original y no tan desacertada como podría parecer a primera vista.

viernes, 24 de enero de 2020

De puntillas

(A quien siempre va conmigo)
Vuelves la mirada atrás, al ayer más o menos lejano, diriges tu atención a determinados momentos que quedan cada vez más rezagados en el tiempo y, de pronto, tienes la sensación de que has pasado de puntillas por la vida, y de que, además, lo has hecho rápido, muy rápido; para más inri, encima, sientes que has realizado el recorrido de forma poco consciente: con los ojos poco abiertos, con los oídos poco atentos, con el cerebro poco alerta… a todo lo ocurrido, a lo vivido.
Si hubieras sabido que todo lo que en cada momento pasaba ante ti, que todo lo que desfilaba ante tus ojos y al alcance de tus oídos… que todo lo que llegaba a tu cerebro desaparecería pronto y se convertiría, sin apenas darte cuenta, en tiempo pasado cada vez más remoto y difuminado, si de verdad hubieras sido consciente de todo ello… ¿habrías hecho un esfuerzo mayor, incluso extraordinario, para aprehender más y mejor aquellos aconteceres entonces presentes y ahora idos: aquellos días, horas, minutos, segundos…?

viernes, 17 de enero de 2020

Miligramos

Voy al ambulatorio para que el médico me recete unas medicinas que necesito. Me siento en una de las sillas que hay frente a la consulta que me corresponde y me pongo a leer mientras espero que me llegue la vez. Al rato sale el médico con un folio en la mano del que, con voz bien audible en uno metros a la redonda, va leyendo los nombres de algunos de quienes estamos ante él, y a cada uno le va indicando con la mano, muy visualmente, la persona tras la que va en la lista, la que lo precede en la espera, para que sepa detrás de quién va a entrar a la consulta. Así que… atento, con la vista puesta de vez en cuando en esa persona que entrará justo antes que yo… espero y leo.

Llega el momento, paso a la consulta cuando sale mi predecesora en el turno (es una chica joven), doy los «buenos días» al médico, le digo que no me encuentro mal, que solo voy a que me recete medicinas, y, tras entregarle mi talonario de MUFACE, comienzo a dictarle la cantidad de recetas y los nombres de los productos que quiero: «tres recetas de Iscover 75 mg.», digo para comenzar, y hago una pausa esperando a que rellene las tres recetas; continúo: «tres de Micardis 40 mg.», y espero de nuevo; «y una de Zarator 10 mg.». Y en cada caso, igual que en otras veces anteriores, escucho al médico que, sin levantar la cabeza de la receta que rellena, va repitiendo lo que le voy dictando, pero en vez de decir «miligramos» —palabra llana—, dice «milígramos» —palabra esdrújula—, y la verdad es que no sé si lo hace con intención de corregirme.

Lo cierto es que la corrección está de mi parte, pues la palabra en cuestión debe articularse como yo lo hago (en Chile se utiliza también «milígramo»), pero el caso es que no me atrevo a decírselo al médico, que, posiblemente, a su vez, piense que el equivocado soy yo y tampoco se atreva a decírmelo. Así que en esas estamos; siempre lo mismo: yo pronunciando miligramos, y él, milígramos. Ya veremos cómo acaba esto.