Verano.
Ya avanzada la tarde de un caluroso día de julio. El calor sofocante
ha disminuido. Me llama Fernando Zapata y me dice que me invita a
tomar una cerveza mientras hace tiempo esperando a que le laven el
coche. Acepto. Nos vemos en la puerta del bar en que hemos quedado.
Entramos. Tras el mostrador, atendiendo la barra, está P, uno de los
protagonistas de una historia que Fernando me había contado tiempo
atrás pero de la que apenas me acordaba, además de que en su
momento me había parecido un chiste. Para demostrarme su veracidad,
Fernando, delante de mí, pregunta a P si recuerda una escena que
protagonizó con otros tres individuos hace ya tiempo en otro bar, en el
que este trabajaba entonces. Como P no se acuerda, mi amigo le refresca
la memoria contando —ya digo, ante mí—, lo que sigue a
continuación (más o menos):
En
la barra de un bar, con escasos clientes en ese momento, conversan
cuatro individuos: P, que es el encargado del local, un chaval joven,
extranjero, que trabaja allí de camarero, un cliente de mediana
edad, y otro ya bastante mayor y muy aficionado al vino.
—Lo
que pasa en España… —comienza P, como queriendo arreglar el
país— es que hay muchos maricones y muchas libianas.
—¿Qué
son las libianas? —pregunta el joven camarero.
—Pues…
serán de Libia —dice, inseguro, el cliente de mediana edad.
—Como
los toros —confirma el más viejo del cuarteto.
Evidentemente,
piensa Fernando.
Un gran reflejo de la cultura existente en aquellos momentos en España y que, por desgracia, aun persiste entre mucha poblacion
ResponderEliminarDesde luego, esa es la desgracia: que aún persiste.
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