Una vez más me detengo a pensar cómo los recuerdos acuden a mi cabeza asociados a escenas que se presentan en mi mente cuando menos lo espero, concretamente y muy a menudo… en mis lecturas cotidianas.
Leyendo una entrevista hecha a Antonio Muñoz Molina alrededor de Volver a dónde, su última obra publicada (Niebla, Rocío: «Antonio Muñoz Molina: “Si Elvira Lindo no le da el visto bueno a lo que escribo, no lo publico”», eldiario.es, 12-09-2021), me entero de que, siendo niño el escritor, «las mañanas de mucho calor cuando los higos maduraban, su padre le dejaba al mando con un cencerro y la misión de salir de vez en cuando agitándolo y gritando para espantar a los pájaros». Por cierto, se sabe —aquí en la huerta de Murcia es vox populi—, que los mejores frutos (por ejemplo, los mejores higos de una higuera), los más dulces, son los que han sido picoteados por los pájaros.
Ya tengo Volver a dónde (es más, ya lo tenía antes de leer la entrevista publicada en eldiario.es), y ya le he echado un primer vistazo antes de colocarlo en el montón de los que esperan su turno para ser leídos. Mientras tanto, trato de conseguir un ejemplar del mismo en formato digital (el haberlo comprado en papel me libra de los remordimientos al piratearlo), porque en él es muy fácil buscar, encontrar y copiar en un santiamén cualquier palabra, cualquier expresión, cualquier frase… cualquier fragmento.
Consulto a menudo la web donde suelo obtener los títulos que, como este, tanto me interesan, pero veo que pasa el tiempo y que con él se me va acabando la paciencia; así que, sin comenzar a leerlo seriamente, decido buscar la anécdota del cencerro en el libro que he comprado, con orden, página a página, desde la primera; y, aunque no me resulta fácil, ya más que mediado el tomo, la encuentro, y me alegro mucho pues es bastante más rica de lo que yo había entrevisto en la entrevista.
En mañanas letárgicas de mucho calor, cuando los higos maduraban y empezaban a madurar los pimientos, las berenjenas, los melocotones, los albaricoques, mi padre me hacía entrega de un gran cencerro de vaca y me dejaba de guardia debajo de una higuera o de un granado, con la tarea de salir de vez en cuando de la protección de su sombra y recorrer la huerta agitando el cencerro y dando grandes gritos para que se espantaran los pájaros. (Muñoz Molina, Antonio: Volver a dónde. Barcelona: Seix Barral, 2021, pág. 184).
Continuará.
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