También hablaban de manera distinta estas personas. No otra lengua, no, pero sí de otra forma: vocabulario, entonación, acento... Ese bastante entonado «Roseendooo... dinda el miércoles que vienee», a veces precedido de un «buenooo», que en tantas ocasiones escuché a la misma persona, a la misma hora de cada miércoles, siempre al final de la mañana, lo tengo grabado en el cerebro y no lo he vuelto a oír en el pueblo nunca, aunque en él, culturalmente pobre entonces, ahora menos, se hablaba y se habla el murciano de la huerta, como debe ser.
Frente a la tienda de mi padre —se veía con claridad desde ella—, al otro lado de la carretera, a unos diez o doce metros, de vez en cuando aparecía un adivinador, un mago... un charlatán. Recuerdo a un contador de historias que, apoyándose en unos grandes carteles ilustrados —el powerpoint de entonces—, deslumbraba al público que se arremolinaba a su alrededor. Eran habituales en boca de estos embaucadores las historias de carácter dramático o terrorífico (tipo romance; declamadas, recitadas, a veces cantadas), historias que con frecuencia tenían un final trágico, y que atraían mucho la atención de la gente situada en semicírculo frente a los carteles que el cuentista o la cuentista —o su ayudante si lo/la había— iba pasando uno tras otro.
Y... ¿saben qué?, nunca había pensado en ello, pero ahora, con el tiempo, caigo: no recuerdo que estas gentes que venían a la tienda los miércoles, de los alrededores —de la huerta, del campo, de poblaciones vecinas—, trajeran niños: solo venían adultos. Lógico, me digo. A bastantes de sus hijos los he conocido con el tiempo, y a algunos de sus nietos los he tenido de alumnos.
Me ha encantado. Que bien lo cuentas. Estaba leyendo y casi viviendo esos miércoles de mercado. Aunque yo esa época no la conocí, si que he tenido la ocasión de oír muchas anécdotas de ese tiempo pasado. Gracias!!!
ResponderEliminarGracias a ti, Ana, por la lectura y por el comentario.
EliminarUn saludo.