Todos los miércoles, día de mercado, ya muy avanzada la mañana, lo escuchaba; quien lo decía, una mujer ya mayor por lo menos para mí entonces, lo hacía con bastante entonación, elevando el volumen de la voz y alargando alguna vocal de alguna palabra:
«¡Rosendo y la compañaa...
[breve pausa]
...dinda el miércoles que viene!»
Ese día se ponía la tienda de bote en bote durante toda la mañana; tanto que, tratando de prevenir y aliviar este embotellamiento de gente, los martes por la tarde eran dedicados por los miembros de la familia tendera —¡qué poco me gustaba!— a envasar, en rústicas bolsas marrones de papel de estraza, el género más demandado los miércoles en el comercio: arroz, garbanzos, habichuelas... para de este modo poder aligerar su despacho al día siguiente cuando la gente se amontonara frente al mostrador. De otra manera, teniendo que envasar en el momento cada pedido, que era lo que se hacía cualquier otro día de la semana, no daba tiempo realmente a atender con suficiente fluidez a la clientela, y eso que la familia al completo permanecía muy activa toda la mañana «al pie del mostrador».
Casi todos los productos de la tienda los teníamos a granel y algunos se vendían sin envase, en horre, abocados directamente sobre los recipientes que traían los clientes: sacos, bolsas de tela, cajas de cartón… No disponíamos todavía de productos embolsados ni nos habían llegado aún las bolsas de plástico para hacerlo, así que envasábamos en otras más rústicas, de papel de estraza, y lo hacíamos en dos tamaños distintos: de medio kilo y de kilo. Para cantidades menores de medio kilo (cuarto de kilo, mitad de cuarto, cuarto y mitad...), utilizábamos trozos sueltos de papel, también de estraza, cortados a medida sobre la marcha, y en ellos, con una destreza increíble que solo proporciona el hábito, envolvíamos pipas —de girasol—, torraos, pimiento molío, azúcar, tornillos, púas...
Cuando estaba libre de obligaciones académicas, en las vacaciones de verano por ejemplo, yo vivía la mañana de ese día de manera distinta al resto de la semana. La gente que venía del campo era diferente a la del pueblo: en el habla, en el aspecto, en el comportamiento... Además de algunos alimentos de primera necesidad, esta gente compraba otras pocas cosas, necesarias también (nada de gastos superfluos en los malos tiempos que corrían): piedras de carburo, bujías de carburador, candiles y tubos de quinqué para el alumbrado de la casa (bombillas no, imposible: no tenían luz eléctrica en sus viviendas); también se llevaban de vez en cuando algún botijo, lebrillo, pozal, jabones y detergentes para lavar la ropa, algún par de alpargatas, alguna herramienta de trabajo necesaria —azada, picaza, martillo...—, productos corrientes de ferretería —púas, alambre, tela metálica...— y poco más; lujos... escasos: economía de subsistencia en un país donde una larga posguerra había prolongado los desastres de la guerra.
Continuará.
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