Ya casi
resignado, muy entristecido tras un susto inicial enorme, me dice
un amigo al que hace poco han intervenido quirúrgicamente de un
asunto muy delicado: «No le pidas al Señor que te mande todo lo que
puedas soportar porque podría ser mucho, y, además —se detiene un
par de segundos y añade—, tendría huevos a
mandártelo».
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