Buscando
pasármelo lo mejor posible, si puedo elegir, suelo ser prudente y
llevar cuidado a la hora de sentarme a la mesa cuando voy a alguna
celebración gastronómica como invitado:
en qué mesa, con qué gente, junto a quién...; aun así, a veces,
uno no tiene más remedio que hacerlo donde le indican, en el lugar
que para él han previsto quienes han planificado el evento, tal y
como me ocurrió hace poco en una comida organizada para celebrar un
acontecimiento festivo, amistoso, cuasi familiar.
Ando
ya sentado a la mesa (grave
error de precipitación)
esperando la llegada de «mi gente» cuando veo que se sienta a mi
izquierda un individuo que en cuanto a ideas está muy a mi derecha
(en mis
antípodas, o yo en las suyas),
un personaje que conozco bien y que tengo para mí como muy bruto,
con poco cerebro, un ceporro con quien no tengo más remedio que
cruzar unas palabras, muchas más de las que deseo, pues, aunque le
digo que estoy esperando a mi gente, no puedo evitar que durante un
rato me dé la matraca mientras estos llegan y me sirven de excusa
para escabullirme.
No
sé qué cara me ve esta lumbrera, porque, pronto —apenas tarda
nada—, mostrando profundos conocimientos sobre movimientos
migratorios, sus causas, sus efectos…, y muy preocupado en teatrera
apariencia, me interroga sobre el siniestro futuro que según él
espera a nuestro país. Me pregunta mi provisional vecino de mesa,
sin darme tiempo para que responda a las distintas cuestiones que me
plantea (en realidad, asevera más que pregunta), que «qué va a
pasar en España, que entran cada día cinco mil inmigrantes —creo
que dijo “moros”—, cada uno con un Kalashnikov bajo el brazo,
un bicho que dispara hasta debajo del agua»; que «con el tío Paco»
no pasaba esto, que él, por lo menos, con el tío Paco no tuvo que
ir a la guerra (¿?), pues no hubo ninguna: todo paz y tranquilidad.
Y, para que no se me olvide lo del tío Paco, me lo repite
intercalado en su discurso unas cuantas veces, pues quiere dejarme
claro que a él, «ya ves tú», para lo que le queda…, pero que su
progenie…
Ya puesto, aunque sin aparente
relación con lo anterior, también me cuenta que para comprar una
casa a su hijo él ha puesto una buena cantidad de euros, que para
eso está el dinero, que, «ya sabes, es como los cojones…»; pero
lo que resta hasta el total del valor de la vivienda han tenido que
pedirlo prestado a un banco, y el banco, «el muy cabrón», ha
puesto la vivienda a su nombre, no al de ellos, los clientes, y que
antes —¿¡otra vez el tío Paco!?— esto no pasaba, que ahora las
cosas no van bien, que no se hacen así, que este gobierno… Y no
tarda en mostrarme un bolsito monedero muy abultado, con las
pastillas que toma cada día, no sé si también debido al gobierno
que hay ahora, porque —supongo en ese momento— esto, lo de las
pastillas, tampoco le pasaba con el tío Paco. Oyéndolo expresarse
con esa labia, con esa autoridad y, sobre todo, con esos argumentos,
se me antoja que el gobierno anterior le gustaba más que este, mucho
más, pero no digo nada, pues estoy deseando zafarme.
Y
es escuchando a este dechado de expresión, sabiduría, virtudes...
cuando se me ocurre pensar que tiene sentido el que algunos
políticos, de aquí y de allá, se expresen como lo hacen respecto
de los temas más sutiles y delicados. Me pregunto si habría tantos
bocazas disparatados si no hubiera gente como este individuo que
tengo a mi lado, gente dispuesta a creer a pies juntillas todo
lo que le aboquen; y ello lleva mi pensamiento a una frase que me
gusta mucho y que ya he utilizado antes aquí, pues figura entre mis
favoritas; es de Manuel Toharia, que la repite, con variaciones,
ornamentada de diversas maneras, en distintas entrevistas que he
leído y oído en algunos medios de comunicación, una frase que
tengo presente a menudo, pues la veo confirmada cada día que pasa:
«Hay mucho engañabobos porque hay mucho bobo a quien engañar».
Pepe, aún me falta por conocer a mucha gente de tu pueblo. A ver si un día de estos me presentas a alguno de tus conocidos...
ResponderEliminarCréeme, Mariano, si te digo que a algunos preferirías no conocerlos.
EliminarPues sí, Pepe, de eso se aprovechan. Como la educación y la enseñanza son las madres del raciocinio, la irracionalidad campa por sus fueros en esta España de nuestros amores debido a la falta de ambas. La perniciosa soberbia de los engañabobos repercute en quienes, mezclando mil aspectos contradictorios, los acepta todos con respeto a las máximas y frases hechas que se les proporcionan. La irracionalidad va acaparando aspectos sociales a una velocidad vertiginosa. Mientras, educación y enseñanza son arropadas en centros que generan la irracional separación social. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarPor eso hay gente (engañabobos) que no quiere una buena educación pública, Antonio.
EliminarUn abrazo.