Leo hace
poco en Xataka
que «La
Voyager 2 está a punto de dejar atrás el Sistema Solar para
adentrarse en el espacio interestelar»,
un titular que me trae a la cabeza el asunto de estas naves
espaciales —fueron dos— y, ampliando el foco, el recuerdo de
aquel año, 1977, en el que fueron enviadas al espacio, ambas con el
mismo nombre: Voyager
1
y Voyager
2.
Y es que
1977 fue muy importante en mi vida, porque en él nació mi primer
hijo y, también, porque fue en el que (¡por fin!, tras varios
intentos poco serios por mi parte: a mi manera, diría ahora no muy
orgulloso) pude superar las oposiciones de magisterio. (Por cierto,
se puede decir que los dos acontecimientos, el nacimiento de mi
primer hijo y la superación de las oposiciones, fueron simultáneos,
pues coincidieron en día y hora el natalicio y la tercera y
definitiva prueba de examen.)
Bien,
pues… justo coincidiendo con mi primera semana de trabajo tras los
días de descanso que siguieron a los agotadores exámenes de la
oposición, el día cinco de septiembre de 1977 partía desde Cabo
Cañaveral —Florida— rumbo a lo desconocido la sonda Voyager
1
de
la NASA; su hermana, la Voyager
2
había sido lanzada dieciséis días antes, el veinte de agosto; sí,
la 2
antes que la 1
¿?.
Con las
naves se pensó mandar un mensaje que pudiera ser interpretado en un
futuro interestelar por alguna civilización avanzada; y de la
elección del contenido de dicho mensaje se hicieron cargo el famoso
científico estadounidense (astrónomo, astrofísico, escritor…)
Carl
Sagan y
un equipo de prestigiosos colaboradores, que determinaron lo que
sería más apropiado enviar al espacio exterior como resumen de
nuestros logros en la Tierra.
Así que las dos
sondas, que aún hoy siguen su marcha por el espacio, transportan,
cada una, un disco fonográfico de cobre recubierto de oro (no
existían todavía los modernos discos duros de almacenamiento de
datos), una grabación que contiene un mensaje para las posibles
civilizaciones extraterrestres que se puedan encontrar en tiempos y
lugares remotos. Cada disco contiene más de un centenar de
fotografías de nuestro planeta, de sus habitantes… de su
civilización; también contiene casi hora y media de música, una
recopilación de sonidos de la Tierra, saludos en más de cincuenta
idiomas...
A mí,
una vez conocido todo esto, me ha llamado mucho la atención el que,
ante el dilema de qué ofrecer que mereciese la pena, qué enviar que
mostrase los más importantes logros humanos de los terrícolas, Carl
Sagan pensó que debería figurar la música, y pidió sugerencias a
otras gentes, una petición a la que —se lo he leído a John
Eliot Gardiner— «el
eminente biólogo y escritor Lewis
Thomas respondió: “Yo mandaría las obras completas de Johann
Sebastian Bach”. Tras
una pausa, añadió: “Pero eso sería alardear”».
Ja,ja. http://www.hondarribikoalardea.com/es/alarde-de-hondarribia/presentacion/que-es-el-alarde-origen-e-historia
ResponderEliminarGracias, Mariano, no conocía lo de El Alarde de Hondarribia.
EliminarEn esos años, estos eminentes científicos que mencionas y sus colaboradores, fueron imprescindibles para que los habitantes de la Tierra comprendiesen, someramente, la magnitud del Universo y el alcance que podía tener una comprensión de mensajes con otros mundos. Un día, esperemos que pronto, podríamos recibir una respuesta con una composición musical de Bachuniver, el compositor más prolífico y escuchado de un mundo lejano. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarAunque nosotros tenemos a Bach, me gusta lo que dices de Bachuniver.
EliminarGracias, Antonio. Un abrazo.