No me habían avisado y,
¡claro!, no los esperaba, pues, además, jamás antes habían estado
en mi casa, y tampoco después; y eso que ambos son del pueblo y más
o menos de mi edad, y
que nos conocemos desde
que éramos muy jóvenes.
Tampoco yo, nosotros —mi mujer y yo—, habíamos
—ni hemos— estado en la suya. Así que me extrañó cuando se
identificaron tras tocar el timbre, y pensé: «¡qué raro!, ¡¿qué
querrán?!».
Suben en el ascensor, salgo a
recibirlos, y pronto, según entramos en el piso, ella me dice que él
quiere hablar conmigo y aprovecha para quedarse haciendo lo propio
con mi mujer en el salón. Él y yo nos metemos en mi estudio y no
recuerdo si hubo preludio alguno o si entramos directamente en
materia, pero pronto pasó a plantearme el objeto de su visita.
Para una mejor comprensión
saltaré y avanzaré para atrás en el tiempo, con paso cancrizante.
Un poco antes de lo que cuento más arriba, en las elecciones
municipales de la localidad habían empatado a concejales el PP y el
PSOE, e IU había sacado un valioso concejal que podía decidir, de
entre los dos partidos igualados, quién iba a gobernar el pueblo.
Y también unos días antes de
esta visita que cuento, después de las elecciones, en una fiesta que
celebramos los maestros de mi colegio, con un arroz y conejo delante,
abundante vino y rodeado de compañeros docentes,
yo había manifestado que el representante de IU (amigo mío,
compañero de trabajo y
allí presente y escuchando) no debía apoyar al PP, sino al PSOE,
por afinidad política por lo menos. Mi opinión debió llegar a
oídos de ellos —PSOE— y creo que a eso se debió la inesperada
visita de unos días después. Por otro lado, no es raro que les
llegara la información, porque yo, sin nada que ocultar, lo había
dicho públicamente y, además, el grupo de comensales compañeros
incluía gente del partido socialista, que, por lo visto, comentó
con sus correligionarios mis puntos de vista favorables a sus
intereses.
Bien… a lo que vamos: Lo que
me proponía mi visitante es que me reuniera, en el ayuntamiento,
oficialmente, compartiendo mesa y protocolo, con integrantes de su
partido —PSOE— y con el remiso concejal de IU, para tratar de
convencerlo —presionarlo, interpreté yo— de que decantara su
apoyo hacia ellos, los más afines. Yo le contesté que no, que eso
mismo ya se lo había dicho al interesado, que, por lo tanto, este ya
sabía mi opinión, y que si ellos querían yo podía repetir mis
ideas al respecto otra vez al individuo en cuestión pero no con la
formalidad y la pompa (sigo sin entender qué función
desempeñaban en sus pretensiones) que ellos le querían dar, sino
privadamente, en mi casa, en la suya o donde se terciare.
No le sentó bien a mi amigo
del PSOE mi negativa a sus deseos, y me apretó un poco las clavijas;
me dijo que si no me gustaba mojarme, que si era de los cómodos, de
los que prefieren estar encima de la pared y disparar a uno y otro
lado según convenga… Todo eso me dijo o yo entendí que me dijo, y
no me gustó nada en ese momento; después comprendí que era lo
normal dadas las circunstancias.
En las veces que hemos hablado
desde entonces, ni su mujer ni él han sacado el tema en conversación
alguna; yo tampoco, pero me he quedado con ganas de hacerlo; quizás
algún día…
Ese fué un momento desafortunado y creo que acabó con IU en el pueblo. Aquel alcalde del PP (ahora emigrado con rumbo incierto), también dejó amarga memoria. Esperemos que no se repitan aquellas circunstancias (ni parecidas). Un saludo Sr. músico.
ResponderEliminarDesde luego, Mariano, fue una oportunidad desaprovechada.
EliminarUn saludo.
Requerimientos de esta índole no deben ser realizados presionando a quien, por amistad, puede realizar una acción, a su vez, de presión. Sin consejos, que nunca son oportunos, las cosas como están y en paz, Pepe. La tozudez siempre es mala consejera. Un abrazo.
ResponderEliminarPolíticos, Antonio, que van a lo suyo.
EliminarUn abrazo.