Dos mujeres mayores
cuchichean entre sí mientras escudriñan a la gente que, ya cayendo
la tarde, camina con sosiego por la orilla de la carretera del
pueblo, que es el lugar de paseo de entonces en aquellas tardes de
los días festivos.
—¡Atí,
tacha!
—¿Qué?
—¡Vaya una fresca!
—¿Quién?
—¡Esa!
—¿Qué pasa?
—Que se fue con el novio.
—¿Y qué?
—¡Que ahora se pasea con él
del brazo, tan fresca, delante de to
el mundo!
—¡¡Habrase visto!!
***
Hace ya bastante tiempo que se
perdió la costumbre,
pero cuando yo era niño, y aún después, de joven —años
cincuenta y sesenta—, el hecho de «llevarse [a] la novia» o,
dicho desde el otro lado, el «irse con el novio», era una práctica
muy extendida en la zona en que vivo, y constituía un tipo de
matrimonio consuetudinario. (Según las fuentes consultadas, llevarse la novia era algo acostumbrado en tierras de Murcia,
Alicante, Andalucía, Albacete y Ciudad Real.)
En todo el Sureste, hasta Granada y Almería, se halla
muy intensificada la costumbre del rapto de la novia, que en el campo de
Cartagena se convierte en rito propio de todas las clases sociales. (Julio
Caro Baroja: Los pueblos de España, Tomo II, Ediciones Istmo, 1976,
pág. 175)
En la huerta y campo del término de Murcia es muy
común el rapto. […] en la huerta de Murcia se llama al rapto por parte del
hombre «sacar la novia», por parte de la mujer «salirse». (Mariano Ruiz
Funes: Derecho consuetudinario y economía popular de la provincia de
Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, Murcia,1983, pág. 45)
Después,
los derroteros de la evolución social y económica en nuestro país
llevaron consigo la pérdida de este procedimiento matrimonial tan
arraigado antaño en nuestras aldeas y zonas rurales, que comenzó a
desaparecer en los años ochenta debido, sobre todo, a dos razones:
por un lado, al abandono del campo por su gente, que emigra para
buscar mejores condiciones de vida —sociales, económicas,
laborales...—; y por otro lado, al cambio del papel de la mujer en
la sociedad, que deja el trabajo casi exclusivamente hogareño,
accede a los estudios y consigue una mayor independencia.
Llevarse
[a] la novia, esencialmente, consistía en que el chico «sacaba a la
novia» de su casa, o, lo que es lo mismo, ella se iba —se salía,
se escapaba— con él, y ambos se fugaban juntos; y ello,
normalmente, para evitar los rituales protocolarios establecidos para
la boda, sobre todo los gastos que conllevaba la preparación de
la misma y su posterior celebración. Sus protagonistas, los novios,
solían ser jóvenes trabajadores pertenecientes a las clases más
humildes, que, por no tener recursos para preparar una boda «como
Dios manda», como las de la gente con mejor situación económica,
«se iban» juntos y evitaban así estos «problemas».
La fastuosidad que exigía una
boda en otro tiempo hacía que en los estratos sociales menos privilegiados
«llevarse la novia», para evitar los desembolsos inevitables y celebrar más
tarde el casamiento de modo más discreto no fuera demasiado insólito. (Enrique
Luque Baena: Estudio antropológico social de un pueblo del Sur, Tecnos,
Madrid, 1974, pág. 136)
Motivo
frecuente de llevarse la novia también podía ser el rechazo paterno
a las relaciones de los jóvenes (normalmente por diferencias
sociales, económicas, culturales…), que por tanto veían en la
fuga una manera de forzar la boda, ya que se daba por hecho que la
chica, tras el «rapto», había dejado de ser virgen, que no siempre
era así. Otro motivo podía ser el haberse quedado embarazada la
joven, con lo cual se aceleraba el proceso para una boda que se
conocía entre la gente con la expresión «casarse de penalti».
Los familiares y allegados de
los fugados
solían expresar de manera «visible» su disgusto en una teatral
puesta en escena más aparente que real, ya que era normal que,
posteriormente a la escapada, a veces al día siguiente, la
pareja de jóvenes
fuera a visitar a los padres de la chica,
que, ya digo, solían
mostrar visual y auditivamente su enfado con cierta exageración,
tanto en privado como, sobre todo y para que los vecinos se enteraran
bien, en público.
A pesar
de las «visibles» muestras de disgusto en el entorno, esas uniones
entre parejas de fugados solían obtener la aceptación de la
comunidad a la que pertenecían, y, con posterioridad, con cierta
frecuencia, eran formalizadas con una boda «legal» —por la
iglesia, como no podía ser de otro modo en mis años jóvenes—, y
ello debido sobre todo a motivos burocráticos y/o económicos, como
la necesidad de obtener los «papeles» para pedir algún tipo de
ayuda. Otras veces no se llegaba a formalizar legalmente dicha unión,
a pesar de lo cual la gente los consideraba casados desde que se iban
juntos. Después tenían sus hijos y convivían como un matrimonio
normal, porque ambos al escaparse tenían claro que la unión era
para toda la vida, «hasta que la muerte nos separe».
También
ocurría con cierta frecuencia que los curas se negaban a casar a
estas parejas; y cuando accedían a celebrar la boda, «para evitar
que los amantes vivan en pecado», solían hacerlo a escondidas, casi
con nocturnidad, y sin apenas ceremonia, ni casi acompañantes, ni...
amonestaciones previas, ni... casi na.
Termino
con dos coplas murcianas publicadas en 1900; la primera, con
palabras puestas en boca de la chica, la novia; la segunda, en la voz
del novio.
¡Mi padre me pone guardia
como si yo juá castillo!
y por más guardias que ponga
me voy a salir contigo.
[...]
¿De qué le sirve a tu maere
echar la yave ar corral?
si t’as de salir conmigo
por la puerta prencipal.
Pedro Díaz Cassou:
El cancionero panocho, 1900,
en Tradiciones y costumbres de Murcia.
Academia Alfonso X el Sabio, 1982,
Págs. 126 y 127 respectivamente.
Lo establecido ha sido, en muchas ocasiones, una traba para aquellas personas, como dices, Pepe, que poseían estatus social bajo o eran marcadas por la intransigencia de quienes, con demasiada frecuencia, establecían que amor y sexo, a veces, difíciles de existir uno sin el otro, forzosamente debían “cumplir” unos requisitos que, casi siempre, eran tan irracionales como desconocidos. Así, personas trabajadoras y nobles se lanzaban contra esas implacables normas y, bien con la connivencia de uno hacia el otro, bien mediante aspectos fisiológicos que eran maldecidos ilógica e irracionalmente, formaban una familia feliz. Admiro la valentía de estas parejas que, en esa etapa oscura de nuestra historia reciente, tuvieron la valentía de desafiar y cambiar la anacrónica sociedad que les criticaba. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarDe aquellos fugados, Antonio, salieron parejas estables, quizás más felices muchas veces que las llevadas a cabo como Dios manda.
EliminarUn abrazo.