Nicholson Baker dice (El
antólogo,
Barcelona, Duomo ediciones, 2010, pág. 5), refiriéndose a la
poesía no rimada: «La poesía es prosa a cámara lenta». Supongo
que con la expresión «a cámara lenta» se refiere a que es
reflexiva, recreada, suave... abonico.
Y recuerdo estas palabras de
Baker sobre todo cuando leo, y releo, a Mario
Benedetti, a José
Emilio Pacheco, a José Agustín Goytisolo, a Karmelo C. Iribarren...
o —por ir ya a donde
quiero desembocar— a nuestro paisano Eloy Sánchez Rosillo, el
poeta murciano que ya con su primer libro, Maneras
de estar solo,
siendo aún veinteañero, ganó el Premio
Adonáis, el de 1977, y
que en 2005 recibió —por La
Certeza—
el Premio Nacional de la
Crítica.
La poesía
de Sánchez Rosillo es, dicho de forma parecida a como lo hace
Nicholson Baker, prosa despaciosa, una poesía para que el lector se
recree estéticamente en lo que el poeta cuenta y —muy importante—
en cómo lo cuenta. Ya
conocía parte de su
obra (tenía leídas en mis estanterías La
certeza y La
vida) cuando me
enteré de que había salido Hilo
de oro, Antología
poética, 1974-2011, edición de José
Luis Morante, Cátedra,
2014, con —leo en
la contraportada del libro— «una significativa muestra de la obra
poética de Eloy...» [...]
«serenidad, armonía y transparencia»,
la antología de una
obra que lo consagra como
«personalidad
indiscutible de la lírica española contemporánea»; entonces
decidí conocer un poco mejor al
autor murciano, la
compré y la leí.
Y al poeta también lo conocía,
de cuando éramos jóvenes, pero no en la cercanía de un primer
plano, no personalmente. En mi juventud —y la suya, pues es solo
tres años mayor que yo— lo veía de vez en cuando, y había oído
hablar del él como un personaje peculiar, muy interesante. Recuerdo
que lo que escuchaba sobre
Eloy era todo
elogioso, como si se tratara de alguien especial. Si a eso unimos su
físico, su imponente imagen, el resultado era de cierta admiración
a distancia. Es posible que esto fuera ya en sus tiempos
universitarios y lo deduzco del hecho de que, según he leído en
Hilo de oro,
fue en la universidad donde se destapó; antes, él mismo cuenta lo
infeliz que había sido en esos colegios, varios, a los que lo
mandaron, así
como los fracasos, uno tras otro, que lo acompañaban.
A uno le gusta identificarse
con los grandes, aunque solo pueda hacerlo en asuntos como el mal
recuerdo común sobre los establecimientos docentes que pisaron,
sobre los centros que tan mal les sentaron. Y eso es lo que me
removió la lectura, en la introducción a
Hilo de oro,
de «Una temporada en el infierno», donde comprobé que, como a mí,
a Eloy Sánchez
Rosillo le fueron fatal las cosas en «aquellos terroríficos
colegios religiosos de la época».
UNA
TEMPORADA EN EL INFIERNO
(Fragm.)
Al final de la infancia —tenía doce años—,
estuve
interno en uno de aquellos terroríficos
colegios
religiosos de la época. Era
inhóspita
y muy fría la ciudad en que alzaba
ese
centro sus muros carcelarios. Tras ellos,
pasé yo
un curso entero, solo, desesperado,
entre
dómines crueles y extraños condiscípulos.
[…]
Eloy Sánchez Rosillo
***
Acabado este artículo con lo
hasta ahora escrito, resulta que no hace mucho, menos de un año,
me encontré a su
protagonista en Murcia, en la Librería Diego
Marín, cuando entró
estando yo allí ojeando
las novedades
expuestas sobre las mesas, en la primera de las cuales estaba su
último libro, Poesía
completa, una obra
que yo, sabiéndola a la venta, había estado buscando días antes y
no había podido localizar.
Mi interés por el libro
momentos antes provocó que Alfonso, uno de los dependientes de la
librería, un excelente profesional, muy atento, cuando llegó
nuestro personaje, me dijera, ofreciéndome un ejemplar: «llévatelo,
que Eloy te lo firma, seguro». A todo esto, el poeta —no sé si le
habría llegado la onda sonora— se acercó, me vio con el libro en
la mano, se dirigió a mí con amabilidad y me preguntó si me lo iba
a llevar y si quería que me lo dedicase.
Me dio un poco de vergüenza
aparentar que buscaba la dedicatoria que el autor me ofrecía, y le
dije, quizás algo cohibido y torpe, que era
lector suyo, que había
escrito algo sobre él aunque todavía no lo
había publicado en
Abonico,
y que tenía
en mis estantes unos cuantos títulos suyos. Seguí hablando un poco
y muy por encima sobre la admiración que a distancia he sentido por
él desde que éramos jóvenes y sobre la coincidencia en ambos de
una mala experiencia en los colegios a los que fuimos de
adolescentes… Al final… me escribió en el libro una bonita
dedicatoria que alude a «los primeros minutos de nuestra amistad».
Y yo pensé: ¡Ojalá!
¡Qué más quisiera!
Nada hay que agradecer a los semisádicos componentes de las diversas sectas religiosas que marcaron muchas mentes, si no es la facilidad de recordar y poder describir sus fechorías. Personalmente puedo narrar muchas de los jesuitas de Santo Domingo, en Orihuela. Después, con el paso del tiempo y en la etapa de formación universitaria, Sánchez Rosillo, compañero de Marisa en la Facultad de Filosofía y Letras, y posteriormente, contertulios en la trastienda de Diego Marín, fue un referente entre las mil desgracias que tuvimos que soportar en una etapa sin libertad ni razón, en continuación de las ya realizadas en nuestra estrenada juventud. En un momento de cambio entre la juventud, europea al menos, Sánchez Rosillo, fue un reflejo de luz que con la lentitud de su poesía fue adquiriendo la categoría de foco emisor de la luz que, en un principio, lo iluminaba a él. Muy buen recuerdo actualizado y siempre querido, Pepe. Un abrazo chillao.
ResponderEliminarAprecio, por lo que dices, Antonio, que conoces bastante bien a Eloy Sánchez Rosillo. Yo, solo su obra, prácticamente. El que cuento ha sido el único contacto directo, la única ocasión que he tenido de hablar con el poeta, y aunque satisfactorio, la verdad es que me ha sabido a poco. De conocernos mejor, no sé, quiero pensar que sí, que tendríamos algunos gustos en común, podría ser, en literatura, música, cine…
EliminarUn abrazo más chillao que el tuyo.