Hace ya muchos años que llegó
por primera vez aquel inspector de educación al único colegio del
pueblo entonces (hay quienes dicen que era el argentino Domingo
Faustino Sarmiento, no lo sé, pero para mi propósito es igual), y
tras algunas pruebas y los tanteos que creyó oportunos comprobó que
los alumnos no andaban mal en matemáticas ni en geografía ni en
historia ni en ciencias naturales..., pero sí en lengua, pues,
aunque no tenían muchas faltas de ortografía (las habituales:
conocían las normas de la «b» y la «v», las de la colocación de
las tildes...), sí usaban mal, demasiado a la ligera, los signos de
puntuación.
El inspector, con tacto,
reconvino al maestro haciéndole saber la gran importancia que tiene
un buen uso de los puntos, las comas...: de los distintos signos de
puntuación en general. La respuesta del maestro, con menos tacto
que el inspector, sorprendió a este, que tuvo que escuchar cómo el
docente se defendía:
—Usted perdone, señor
inspector, pero es que yo soy el primero que no cree que sean tan
importantes los signos de puntuación; ¿si no hablamos con puntos y
comas, por qué debemos ser tan rigurosos en su escritura?
—¡Cómo que no son
importantes!, ¡oiga, sí lo son, señor maestro, imprescindibles!
—respondió el inspector dejando asomar un punto de enfado en sus
palabras—; le voy a poner un ejemplo para que lo entienda mejor —y,
tomando una tiza, escribió en la pizarra—:
«El maestro dice: el
inspector es un ignorante»
—¡Oiga, por favor! —saltó
con rapidez el maestro, algo mosqueado—, yo no me atrevería nunca
a decir eso de usted.
—Pero yo sí podría decirlo
de usted —concluyó el inspector, cogiendo de nuevo la tiza,
quitando los dos puntos que había puesto en la oración anterior y
colocando dos estratégicas comas en sendos lugares, con lo que el
sentido de la frase cambió radicalmente y ahora quedó así:
«El maestro, dice el
inspector, es un ignorante»
Pues sí, Pepe, el inspector tenía toda la razón del mundo mundial. Es tan mala la puntuación en los escritos de todo tipo que, en muchas ocasiones, es preferible que fuese reconocido el error por quienes lo cometemos y dejemos de malpuntuar. La cuestión es la siguiente: en la época de la que tratas, los escritos se realizaban a mano, con la habilidad, perdida ya, de una psicomotricidad manual aprendida con plumas “sopadas” en tinteros de atractiva calidad, realizados en piedra. La lera inglesa era tan excelente y se cuidaba tanto que la mano era capaz de realizar figuras muy bellas, En la actualidad, no existe ni psicomotricidad manual ni puntos ni comas ni letras que, aparentemente, se entienden pero que no se sabe ni su pronunciación. Es la etapa histórica de la escritura mediante teclas, que no se saben ni dónde están en un teclado normal, de toda la vida, porque no se ha estudiado la más elemental mecanografía, primera y preferente de las enseñanzas que se deberían de aprender antes de utilizar los famosos aparatitos que nos son “imprescindibles”. Escribir q por “qué” o “que” denota no saber que q posee un nombra en español: “cú”. No “qué”, por tanto, no se lee correctamente ni siquiera una letra. A la vez, desgraciado aquel que se le entienda lo que escribe porque de él será el reino de las risitas que le llaman empollón. En el momento actual no entender la letra de quien escribe “a mano” es signo de sabiduría… ergo… debo escribir en el teclado.
ResponderEliminarUn abrazo, Pepe.
Yo aprendí de niño a dibujar una bonita caligrafía, pero no una decente ortografía y, menos aún, un buen uso de los signos de puntuación. Ha sido mi interés posterior el que ha logrado lo que ha podido en estos campos.
EliminarGracias, Antonio, por tus comentarios.
Un abrazo chillao.