Leyendo Volar
en círculos, de
John le Carré, me he enterado
de que Graham Greene (para Le Carré «el más importante de los
desertores literarios del MI6») estuvo a un pelo de ser llevado ante
los tribunales por los servicios de espionaje ingleses, debido a sus
demasiado «reveladoras» novelas (Nuestro
hombre en La Habana
es la obra citada como ejemplo). Se extraña le Carré de que no le
metieran mano por ello a su colega, y dice a continuación que
«veinte años más tarde, Greene les pagó su acto de clemencia con
El factor humano,
que los retrataba no solamente como idiotas, sino como asesinos».
Graham Greene, sin embargo, acabó premiado con la Orden del Mérito.
Bien… pues todo esto me
recuerda que, hace muchos años, unos cuarenta, la lectura de El
factor humano me
atrapó una noche de tal manera que no pude abandonarla para
continuar con ella al día siguiente. Y lo
mismo me ha ocurrido
con algunas otras lecturas en distintas ocasiones, sobre todo con
novelas en las que la trama me ha resultado muy atractiva,
emocionante, divertida..., pero que ahora no vienen al caso.
Y es que cuando era más joven
me gustaba mucho quedarme leyendo por la noche hasta las tantas,
sobre todo aprovechando los distintos períodos de vacaciones o en
noches en las que al día siguiente no tuviera que madrugar para ir a
clase a trabajar; y mejor aún en las vacaciones de verano, que me
proporcionaban más tiempo y relajación. Así que en ocasiones
llegaba el amanecer y las primeras luces de la mañana me pillaban
con el libro todavía en la mano esperando ser acabado. Y hubo
también alguna vez que, aun no estando de vacaciones, recuerdo no
haber dormido o haberlo hecho apenas por haber permanecido leyendo
durante toda la noche, como fue el caso de la novela citada, la del
«desagradecido» Greene.
Fue una noche en pleno curso
escolar (al día siguiente tenía que trabajar), en la que esperaba
la llegada del sueño mientras leía, una costumbre que no he perdido
y que me va muy bien, y leía El
factor humano, la
novela en la que —según John le Carré— Graham Greene trata a
los servicios de espionaje ingleses «no solamente como idiotas, sino
como asesinos»; según avanzaba la trama novelesca, me pareció tan
emocionante que me enganchó
y estuve con ella
durante toda la noche. Aun así, ni esperando la llegada del día
pude terminarla; así que, incapaz de resistirme, cuando llegó la
hora de irme al trabajo me llevé el libro al colegio y en la primera
ocasión que tuve —en el patio, durante el recreo— lo acabé,
pues me quedaba muy poco, casi nada.
No, no es frecuente que sucedan estos casos “a causa de la lectura”. Me gustaría que sí fuese muy frecuente, especialmente entre los jóvenes. Sin embargo, Pepe, creo que con nuestra generación se están acabando los lectores vespertinos y nocturnos. Pero siempre hay excepciones y siempre las puede haber si los padres de jóvenes, en edad escolar o trabajadores, gestionan bien la educación de la lectura con sus hijos. Sí, sólo en casa se puede conseguir. Tener un tiempo de lectura diaria aumenta el estímulo por el saber, la imaginación y se aprende, tanto morfología como sintaxis. Ambas imprescindibles, nada menos que para comunicarse… PARA COMUNICARSE. Sí, eso que dicen que es mejor con el móvil. Pueden no estimular la lectura de hijos o nietos pero el resultado es nefasto, no crean que es debido a la escuela. Espléndida costumbre tenemos, Pepe. Y el caso es que no puedo, como tú, quitármela de encima, MENOS MAL… Un abrazo.
ResponderEliminarNo concibo mi vida sin la lectura, Antonio, y, por supuesto, no sería quien soy sin ella.
EliminarUn abrazo muy fuerte.