Una mañana de uno de los
primeros días de este verano recién acabado voy caminando tras la
consecución de mi dosis diaria de pasos, mi «anda-dura»,
callejeando por el pueblo todavía temprano pero buscando la sombra
en lo posible en unos días en los que desde las primeras horas
comienza a molestar el Lorenzo.
De
pronto, ya en un barrio alejado del mío, a la vuelta
de una esquina, me encuentro con un amigo que de manera bastante
graciosa me confiesa haber cometido una «infracción», que me dice
haberse saltado una de las casi sagradas normas para la buena
convivencia en su hogar —«las famosas reglas»—, y ello
aprovechando que su mujer había salido de la casa y con la seguridad
de que no regresaría en un tiempo mínimo suficiente para una mayor
tranquilidad de mi amigo. La transgresión consistió en comerse un
trozo de tocino y un par de blancos (ese embutido
tan rico, con más tocino que magra, parecido a la butifarra),
algo que tiene prohibido por el médico y vigilado por su señora.
blanco. m. Embutido
de carne cocida de cerdo, huevos y especias, semejante a la butifarra. […] (Diego Ruiz Marín: Vocabulario de las Hablas Murcianas, Diego Marín)
El que mi amigo me haya contado
esto (creo que, por motivos que rezuman evidencia, no debo decir su
nombre) ha venido a cuento porque cuando nos hemos encontrado, nada
más vernos, tras el saludo inicial y la recíproca manifestación de
alegría por el encuentro, él ha comenzado el diálogo elogiando mi
«fuerza de voluntad», el valor de mi tesón por salir todos los
días a andar y así mejorar mi salud; «o por lo menos para no
facilitar su deterioro», he añadido yo; y a continuación le he
respondido que sí, que muy bien, pero que, debido a las dichosas
caminatas diarias, llevo ya unos días con un hambre que me está
costando mucho esfuerzo controlar, además de que no siempre lo
consigo. Él, comprensivo —«sé muy bien de lo que me hablas»—,
me responde que no me preocupe mucho, que no le dé tanta importancia
a lo de excederme comiendo, siempre que sea ocasionalmente, ¡claro!
—levanta el dedo índice—, y añade seguidamente que «de
vez en cuando hay que levantarse el castigo»,
que él mismo lo ha hecho unos pocos días antes, y con un
satisfactorio resultado, sobre todo anímico: «me quité el hipo»,
concluye.
Y entonces me cuenta muy al
detalle cómo se levantó el castigo y se quitó el hipo: Cómo le
vino la idea a la cabeza cuando su mujer salió para ir a la
peluquería; cómo lo pensó detenidamente valorando pros y contras;
cómo fue a la tienda, incluso me dice a qué carnicería fue y
me especifica que
compró dos blancos y un trozo de tocino de buen tamaño, y se ayuda
en la explicación señalando, con una mano sobre el dorso de la otra
extendida, una longitud de ocho o diez centímetros, al tiempo que
expresa verbalmente esa cantidad: «una leva
[de] tocino magroso
de unos ocho o diez centímetros»; y cómo, por fin, después, para
finalizar —terminó de contarme—, se dio un buen banquete en su
casa: «me alpargaté bien, aprovechando que mi mujer estaba en la
peluquería».
Ay! Como echo de menos esos paseos matutinos en los que a veces coincidíamos! Una feroz ciatica inmisericorde me tiene retirado (espero que por poco tiempo). Abrenuncio, por el momento, tambien de blancos, morcillas y similares. Un abrazo.
ResponderEliminarSiento lo de tu ciática, Mariano. A ver si te recuperas pronto y nos vemos por ahí en alguno de esos paseos, o, mejor frente a unos blancos, longanizas, salchichas…
EliminarUn abrazo.
“Estaba a punto de reventárseme la hiel…”. Esta expresión, dicha siempre que ha existido una transgresión, justifica sobradamente a la misma. No puede ser. “Las normas están para no cumplirlas”, segunda justificación, más serena y que culpa a quien establece el cumplimiento de sus mandatos, en general, el médico. La vigilante es la ujer pero puede ser también el hombre el “espantaburras” que vigila el cumplimiento de los mandatos. Claro, después vienen los lamentos … que si ciática, que si las vértebras, ... No, las analíticas son las que se resienten. Así que, Mariano, no nos convences, eras tú quien se zampó “la leva de tocino” y nos quieres engatusar… Pepe, qué sano estás… es una envida no seguirte todos los días. Un abrazo.
ResponderEliminarMi amigo del tocino y los blancos me dejó claro que lo de levantarse el castigo debía de ser ocasional, muy ocasional.
EliminarGracias, Antonio.
Un abrazo.