En el
pueblo, mucho más pequeño y con mucha menos población en aquellos
años de mi infancia, cuando alguien moría, la Cherrina
del Oso,
una mujer que recuerdo poco agraciada físicamente (me dicen que
psíquicamente también), con aspecto bastante dejado (yo,
equivocado, relacionaba su aspecto con su apodo), iba de casa en casa
informando de viva voz del deceso en cuestión y anunciando cuándo
iba a ser el entierro y cuándo la misa: Llegaba la Cherrina,
abría
un poco la puerta de la casa, que entonces no solía estar cerrada
con llave, se asomaba al interior, dejaba su mensaje y volvía a
entornar o cerrar la puerta.
Ahora,
desde hace ya bastantes años, la labor de la Cherrina
suele realizarla un coche equipado con megafonía, que recorre con
lentitud y minuciosidad las calles de la localidad y sus alrededores
anunciando por sus altavoces el fallecimiento de alguien, diciendo
dónde se encuentra el cadáver e informando sobre la ceremonia, el
lugar del entierro, el
día,
la
hora...
Estuve mucho tiempo
escuchándolo. Después, el error fue corregido; hasta entonces, cada
vez que pasaba el coche por las cercanías de mi casa anunciando una
defunción, yo abría alguna
ventana, incluso salía
a la terraza, para poder apreciar mejor lo que pronto consideré una
«joya» de la comunicación, un bestial disparate lingüístico.
Aquí tienen, en (di)simulado y en diferido, lo que salía por el
altavoz del coche anunciante:
Señores vecinos:
Les comunicamos que
ha fallecido, a los setenta y cinco años de edad, la señora Agustina Martínez,
más conocida como Agustinica la Espigá,
esposa de Ángel Segura, el Tendero.
Sus familiares les
estarán eternamente agradecidos si les acompañan a la misa funeral que tendrá
lugar hoy, Dios mediante, en
la iglesia parroquial de Santogudo, a las seis de la tarde, tras su posterior traslado al
cementerio de dicha localidad.
Casa mortuoria:
Tanatorio de Santogudo, Sala cinco.
Fíjense bien en lo subrayado y resaltado en negrita:
«tras su posterior
traslado»
Ya digo, fue mucho tiempo el
que estuve escuchándolo; ahora, repito, lo han corregido y dicen «y
[a]
su posterior traslado»,
que es lo que querían decir antes con tan disparatado desacierto.
¿Qué les parece? ¡¿Cómo un
algo puede ir tras otro algo que a su vez va detrás de él?!
¡Y los licenciados en
filología, en paro!
Pepe, ¡las malas noticias deben tomarse con guasa! En fin, a quien va dentro del féretro le da igual que lo trasladen antes o después de decir la misa o con su presencia o sin ella… Pero, sí, es un atraso malsano que, ahora, las puertas se encuentren cerradas a cal y canto. Si son acorazadas en vez de blindadas, mejor. Además, que La Cherrina, aquella señora que organizaba viajes a Lo Pagán todos los martes del verano, 15 de junio a 15 de septiembre, tenía un pequeño quiosco y hacía una excelente labor de solidaridad comunicando directamente, casi en silencio y, a veces, hasta rezando un padrenuestro y una avemaría en recuerdo del difunto, junto a las personas a las que avisaba. Un retroceso social que es sustituido por una tecnología antigua pero tan distante como la moderna. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarAntonio, hablamos de cherrinas diferentes; no era la Cherrina del Quiosco —la de los viajes a Lo Pagán, como bien dices— la que anunciaba de casa en casa quién había muerto, era la Cherrina del Oso.
EliminarUn abrazo.