Tras la sesión de la mañana,
cada día, a la hora de la comida, la mayor parte de estos alumnos
tenía que desplazarse al comedor del centro escolar del que dependía
aquel sexto especial, y lo hacía a patita, recorriendo —ida y
vuelta, pues había clase por la tarde—, con el riesgo
inherente, un buen tramo de la transitada carretera que cruzaba el
pueblo. La directora del centro (Señorita
Rottenmeier la
llamaban los alumnos entre sí, influenciados por los dibujos
animados de entonces), advertida del peligro
que ello suponía, tomó la decisión de que maestro y alumnos
«especiales» se mudaran al aulario principal del colegio, y allí
fueron «aparcados» en un pequeño cuchitril sin ventanas
(solamente, muy altos y muy pequeños, unos pocos respiraderos).
Intentó enseñarles las divisiones, algo muy difícil pues la mayoría no sabía
las tablas de multiplicar; así
que resolvían, colectivamente y muy de la
mano del maestro, problemas sencillos de la vida cotidiana, copiaban
textos y dibujos fáciles, hacían dictados de nivel elemental... y,
muy importante, para compensar la muy deficiente lectura de aquel
alumnado, diariamente les leía él, y recuerda al respecto que entre
las lecturas que utilizó triunfó Platero
y yo, de Juan
Ramón Jiménez, que les
gustó mucho.
Salían a la cercana huerta a
buscar regalicia,
y allí también
capturaban ranas y culebras (estaban acostumbrados y nunca supieron
que al maestro estos «bichos» le hacían poca gracia), animales que
introducían en grandes tarros de cristal improvisados como acuarios
y terrarios; y
quienes se portaban bien, como premio, podían de vez en cuando sacar
a los animales
para que tomaran el sol en el patio del colegio.
No es fácil recibir
directamente el reconocimiento personal de un alumnado así, pero
algunos casos sí se dieron. Una de las niñas de la clase estuvo
enferma una buena temporada y, creyendo que no volvería a clase,
mandó a su maestro una carta que este todavía conserva. En ella le
decía que en la escuela nunca la habían tratado tan bien como él
lo había hecho, y le daba las gracias, provocando la emoción de
este, que no mucho
después se enteró de que la zagala se había ido con el «novio»,
un joven y alocado macho de la zona, todo un «personaje» con «buena
cabeza», del que por lo oído se había enamorado y…
Con el tiempo, poco ha sabido
de Mari Carmen, de Juanito, de Diego, Pepe, Charly,
Julián…, aunque alguna vez, hace ya bastantes años, coincidió
con alguno de ellos, con quien rememoró aquel curso escolar de
antaño, sobre todo la
fiesta prenavideña en el aula. También, pasados los años, en
alguna ocasión se encontró en algún bar con la cuenta pagada, y
cuando le dijeron quién lo había hecho, saludó con aprecio a
alguno de aquellos alumnos especiales. Actualmente, sus recuerdos,
teniendo en cuenta que entonces era un novato, son casi de
satisfacción por el trabajo realizado, y dice «casi» porque piensa
que podría haber hecho más por aquel sexto especial.
Últimamente, ya jubilado, el
azar ha propiciado su encuentro con la hija de uno de aquellos
alumnos, una chica que le ha proporcionado la localización del
paradero de su padre, que lleva una tienda familiar en el pueblo
donde vive y al que el maestro está pensando visitar, para saber qué
ha sido de aquel alumnado, de aquellas personas tan «especiales»,
de aquellos alumnos, a muchos de los cuales tan poco había
favorecido la vida cuando los conoció.
La cuestión, Pepe, es “… que en la escuela nunca la habían tratado tan bien…” Esta frase es tan importante como la didáctica empleada o los medios que utilizó aquel maestro novato. ¿Qué había pasado en los cursos anteriores para que esta chica se sintiese mal en la escuela? Bien, nunca lo sabremos pero podemos suponer que entre su entorno familiar y “la letra con sangre entra” como única metodología para “obligar” a aprender unos conocimientos nunca entendidos, esta chica era “una marginada”. Evitemos culpas pero es necesario comprender que la enseñanza mezclada con la educación, en esa etapa de la vida de unos adolescentes, debe poseer una dinámica muy comprensiva, arrebatadora ppor su interés. En caso contrario, nunca se alcanzarán ni uno solo de los objetivos que se pretenden. Mis felicitaciones a este maestro, no a los de cursos anteriores. Un abrazo, Pepe.
ResponderEliminarGracias, Antonio:
EliminarAquel maestro suele decir que hizo lo que supo, aunque quizá no lo que pudo, y cree que por ello le quedó una sombra de duda sobre su actuación.
Un abrazo.
Pepe un texto maravilloso!! Me encanta, lo leeré domingo en una reunión familiar.
ResponderEliminarGracias (supongo que eres Andrea):
EliminarMe alegra mucho que te guste el artículo; espero que a tu padre también.
Un saludo.