La he visto recientemente muy
embarazada, otra vez, pues ya fue madre hace unos años. Y es una
niña todavía.
La recuerdo siempre aniñada.
Menuda, muy menuda, mínima; rubia, de piel muy blanca y cara
infantil, muy infantil incluso ahora que han pasado ya unos cuantos
años. Lo de la cara infantil tiene cierta lógica porque sigue
siendo muy joven, además de que el recuerdo que de ella tengo viene
del colegio, cuando aún era más joven, mucho más joven: ya digo,
una niña; por lo tanto, su cara, su cuerpo, toda ella, en mi
mente... muy infantil.
Hasta no hace mucho la veía
con cierta frecuencia; al fin y al cabo el pueblo no es tan grande y,
además, como ella tiene un niño pequeño, frecuentaba algunos de
los parques y jardines a los que también iban mis nietas, a quienes,
por otro lado, yo visitaba. Pero últimamente estaba tiempo sin
verla. Así que... hace unos días, cuando me la encontré, me
sorprendió su enorme barriga, más grande que ella, y su ombligo en
extremo sobresaliente bajo un ceñido vestido de punto: una niña
embarazada, pensé.
Para que se hagan una idea de
cómo es, les voy a contar una anécdota que me viene a la memoria
cada vez que la veo, una escena de cuando ella estaba en el colegio.
Es el recuerdo escolar más nítido que de ella mantengo en la
cabeza, quizás debido a lo que me sorprendió entonces. Antes les
diré que en la escuela, estando ya en un curso de los últimos de
Primaria, Nátali
necesitaba apoyo,
por lo que en determinadas clases tenía que salir de su aula para
ser atendida por profesorado especializado.
Era yo maestro entonces en ese
mismo colegio en que estaba nuestra
protagonista, y
un día que ella estaba recibiendo una de esas clases de refuerzo, a
cargo de uno de mis compañeros de claustro, entré en el aula y,
para darle ánimos, me interesé por cómo iba. Su profesor en ese
momento, para demostrarme lo que la
alumna sabía y
que yo me hiciera una idea de lo que era capaz, delante de mí le
preguntó cuántas eran dos por tres; ella, queriendo quedar bien
ante mí, nerviosa, dando saltitos, se puso a golpearse las manos,
palmeando sin ritmo alguno, al tiempo que decía atropelladamente:
«¡no me lo digas, no me lo digas que me lo sé!»; repitió esto
mismo varias veces, cerró los ojos, pensó, repensó y contestó...:
un disparate.
Pertenece a una familia gitana
de «buena gente», una familia integrada y arraigada —para muchos,
a su manera— en el pueblo; pero, escolarmente, todos los
componentes que yo he conocido de dicha familia, uno tras otro —tuve
en mi tutoría a algún otro miembro—, han sufrido un notable
fracaso escolar.
Mi nuera, que ocasionalmente ha
charlado con ella en parques y jardines, me confirma lo del nuevo
embarazo al que me he referido más arriba y me amplía la
información: que sí, que Nátali
ya no vive con la pareja de antes, que ahora tiene otra, que el
embarazo actual es de esta otra pareja, la de ahora, un chico que,
dice la niña-madre, es mejor que el anterior, que este sí que sí,
que...
Y ha sido el volverla a ver
hace unos días, muy, pero que muy embarazada, cuando me ha venido
todo esto a la cabeza.
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