Pocas veces ibas a Murcia —la
capital— cuando eras pequeño, a no ser que estuvieras enfermo, necesitases un
médico especialista y, ¡claro!, tu familia se lo pudiera permitir en aquellos
tiempos. Así que pasaban los meses, incluso los años y no te llevaban tus
mayores a la ciudad.
Los casos
fuera de la medicina se podían contar con los dedos de una mano: te llevaban
para los exámenes de los distintos cursos de bachiller —una vez al año, y solo
a los poquísimos chavales que estudiábamos—, te llevaban para hacerte las fotos
de la primera comunión —igualmente, solo a algunos—, y ocasionalmente para
comprarte ropa; también, alguna vez, a la feria de septiembre…; y, una sola vez
en mi caso —a comienzos de 1960, próximo a cumplir los nueve años— me llevaron
a Murcia, ¡de noche!, a ver una película, Los
diez mandamientos, para lo cual «sacó» mi padre un taxi —el del Esteban— y
fuimos toda la familia al cine Rex,
en el que estuvo la peli en cartel siete semanas, para ver «religiosamente»
cómo Moisés —Charlton Heston— desafiaba el poder del faraón —Yul Brynner—, separaba las aguas del Mar Rojo y conducía a su pueblo a través
del desierto.
Cuando esto ocurría —no lo de
la separación de las aguas sino el tener que ir a Murcia—, si se enteraba algún
adulto conocido —frecuentemente un vecino o un cliente habitual de la tienda de
mi padre—, la pregunta y el consejo eran automáticos:
—¿Vas a Murcia?
—Sí.
—Pues, mucho cuidao, no te vayan a restregar un
moñigo por la trompa; mantén la boca bien cerrá.
Busco en Vocabulario del dialecto murciano, de Justo García Soriano; en él dice que moñigo es boñigo.
Entonces voy al DRAE, que dice
que boñigo (de boñiga) es
“cada una de las porciones o piezas del excremento del ganado vacuno”. No
suficientemente contento, sigo buscando, ahora en WordReference, que extiende más generosamente el significado de
boñigo y se acerca a mi concepción: “cada
porción del excremento del ganado vacuno o caballar”. Pero es Diego Ruiz Marín, en su Vocabulario de las hablas murcianas,
quien coincide con lo que desde niño tengo en la cabeza como moñigo, que es “boñiga, excremento de las caballerías”.
Así que, al
principio, cuando te llevaban a Murcia, tú andabas preocupado por lo del moñigo por la trompa, pero con el tiempo
te dabas cuenta de que decirte eso no era más que una broma que se solía gastar
para tomar el pelo a quien estaba poco acostumbrado a viajar a la capital.
Mi reflexión, posteriormente,
ahora, es que eso, lo del moñigo, había de obedecer a alguna razón, debía tener
algún sentido, una base real; pienso que tuvo que salir de alguna costumbre, de
alguna broma bárbara —como la animalada de hacer el aparejo—, una broma de muy
mal gusto —del estilo de las contadas por Gila sobre los mozos del pueblo en fiestas—, una verdadera
“faena” que los de la capital harían a huertanos y pueblerinos de los
alrededores cuando estos llegaban, poco acostumbrados y algunos algo asustados,
con la boca abierta, a las puertas de la ciudad.
Como, además, en aquellos años
abundaban los burros, mulas y caballos,
los moñigos estaban en la calle al alcance
de cualquiera, y, conociendo al personal, no es de extrañar el abuso, la
crueldad, las risas y, sobre todo, el mal trago que pasaría el embromado.
Me imagino la escena.
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