Preguntando, para una entrada de Abonico, por el segundo
apellido de don
José Aguilera, que resultó Bernabé,
me dijeron que nuestro médico ajedrecista —por lo escuchado, un
picarón— estaba abonado a un palco en el Teatro Romea de
Murcia, y que le gustaba mucho el mundillo de las variedades, las
llamadas revistas, con sus vedettes y supervedettes,
sus cómicos, sus plumas, sus lentejuelas… Después me he enterado
de que en vez de un palco lo que frecuentaba era la fila cero, desde
la que tendría, supongo, más cercanía y mejor perspectiva visual.
Y esto me recordó un libro hace tiempo olvidado en mis estanterías,
Estrellas del cuplé (Su vida y sus canciones),
de Álvaro Retana, que el autor dedica a Sara Montiel.
Un libro con pobre pinta exterior, restaurado —más que
encuadernado— con un trozo de cartulina, y en un estado casi
deplorable. Lo compré ya usado, muy usado,
sabiendo que había pertenecido a la biblioteca de Francisco
Alemán Sainz —escritor murciano con fama de saber mucho y de
todo—, que el librero Diego Marín “liquidó” por
entonces en su establecimiento Antaño.
En esos
días frecuentaba yo, dentro de la librería Antaño,
el altillo donde Diego tenía los libros de ocasión, y conservo
bastantes ejemplares comprados con el precio marcado con lápiz rojo,
—5 pesetas, por ejemplo—. Lo digo para que se hagan una idea de
en lo que puede —¿con el tiempo, suele?— terminar una biblioteca
—en este caso, muy buena, magnífica diría yo—, hecha con mucho
esfuerzo, tiempo, ilusión, dinero y conocimiento. Parece que en
cuanto murió Francisco Alemán, su familia —¿muy necesitada?—,
vendió —¿al peso?— los muchísimos libros de su biblioteca, que
fueron a parar, Diego Marín mediante, a otras bibliotecas, a otras
manos; en las mías precisamente cayeron bastantes ejemplares,
algunos con dedicatorias del autor de turno al escritor murciano,
otros con reseñas en recortes de periódico entre sus páginas o,
incluso, con postales dirigidas a Don Francisco.
En Estrellas del cuplé (90 pesetas es el precio marcado con
lápiz rojo en la primera página), Álvaro Retana describe la vida
de algunas cupletistas y bailarinas que alcanzaron celebridad en su
tiempo: Fornarina, Raquel Meller, La Goya,
Pastora Imperio, La Bella Chelito y Carmen Flores.
Dice el autor que “en el mundillo de las variedades existieron
creencias muy generalizadas, aunque totalmente equivocadas”, entre
ellas la de que la Bella Chelito fue la creadora del cuplé La
pulga. Afirma que esta cantante —Consuelo Portela
era su nombre— no tuvo con esa canción otra relación que haberla
cantado cuando se puso de moda, como lo hicieron muchas otras
cupletistas. Para Retana “la indiscutible creadora de La pulga
fue su introductora en España, la alemana Augusta Berges”,
que se presentó en nuestro país a fines del siglo XIX y que —muy
grande, muy blanca y muy rubia— provocaba aullidos aprobatorios en
el tablao, y, fuera de él, escándalos muy sonados.
La letra de la canción no es explícitamente pecaminosa pero sí
llena de dobles sentidos, y, como la calidad mollar de la cupletista
está fuera de toda duda, pues era la que estaba de moda en la época,
el éxito del número, que desataba el furor de la tropa masculina,
dependía de la ropa de la intérprete (ligera, vaporosa, diáfana…)
y de cómo se la iba quitando pícaramente, con gestos
“intencionadísimos”, en busca del diminuto insecto parásito que
tanto, según ella, la molestaba.
Sara Montiel, cómo no,
también se buscó la pulga.
La pulga fue declarada de interés nacional por los
empresarios del género, y su “maliciosa pero graciosa”
interpretación era exigida a todas las artistas aunque no la
llevaran en su repertorio, originando —algunas sin desearlo—
escándalos como el del 25 de octubre de 1906, en que
debutó Consuelo Bello, La Fornarina, en el
Teatro Villar de Murcia, altercado que ella misma nos
cuenta en el diario La Tribuna, de esta ciudad, unos
días después, el 11 de noviembre:
“De las alturas del teatro,
con ferocidad terrible, me gritaban pidiéndome canciones
indecorosas. Me excusé diciendo que no sabía lo que de mí se
deseaba. El gobernador civil, que se encontraba en el teatro, me
prohibió que siguiera cantando. El público daba miedo. ¡Echaba
abajo el teatro! La Guardia Civil desalojó el local. Los
alborotadores marcháronse a la puerta de la Fonda de Patrón, donde
me hospedo. Alguien me dijo que pretendían desnudarme en la calle.
Yo salí del teatro muerta de espanto.
>> El señor Blaya, de
la empresa, me acompañó a la fonda, reclamando para mi custodia el
auxilio de los policías nocturnos que hallamos al paso. Llegué por
fin a mi cuarto y apenas si pude descansar aquella noche. A la
siguiente, la Autoridad evitó los escándalos en el teatro. ¡Si los
hubiera evitado antes!...”
Ahora nos enfrentamos en Abonico, poco puestos en pulgas y
músicas cabareteras, al problema de qué versión elegir de esta
canción, que hemos encontrado como La pulga sabia, La
pulga maldita, La pulga
indiscreta o, simplemente, como La pulga.
Al final, la interpretación que elegimos, y a la que corresponde
la letra que les ofrecemos —también en el vídeo
de la audición— es la de la cupletista y, según ella misma,
cupletóloga Olga María Ramos.
Estimado Sr. Abellán, le felicito por el interesante artículo y le agradezco que haya elegido mi versión de una pulguita que, pese a los años transcurridos, aún salta bajo mi traje. ¡Viva el cuplé y quienes, como usted, le dan protagonismo!
ResponderEliminarP.D. Retana tenía razón: La pulga no era, precisamente, lo más significativo de La Chelito sino la Rumba que bailaba deliciosamente... moviéndose como una borla de plumas, según alguien dijo
Gracias por el comentario, Olga María. Elegí su versión porque me pareció la más adecuada.
EliminarUn saludo.