La Camerata
Desde la década de 1570 el rico noble cortesano florentino Giovanni
Bardi patrocinaba y lideraba en su casa una accademia,
un club de artistas de notable relieve, formado por un grupo de
eruditos intelectuales —poetas, humanistas, músicos...— que
discutían sobre literatura, ciencia, artes... y experimentaban la
“nueva música” basada en sus investigaciones sobre la
antigua Grecia.
Figuras importantes formaban parte de este grupo: Piero Strozzi,
Giulio Caccini, Emilio de’ Cavalieri, Jacopo
Corsi, Jacopo Peri, Ottavio Rinuccini y —dejo
para último lugar a quien debería ocupar el primero— Vincenzo
Galilei, padre del famosísimo astrónomo Galileo Galilei
y auténtico autor de los principios del nuevo estilo musical surgido
en este grupo de sabios que el propio Caccini llamó más
tarde Camerata y que ha pasado a la historia como la
Camerata de [los]
Bardi o Camerata Florentina.
La Camerata es la avanzadilla más seria hasta esa fecha hacia
una nueva música teatral; sus componentes ponen reparos a la
polifonía, pues llegan a la conclusión de que esta, el contrapunto,
no puede conseguir los maravillosos efectos de la música antigua
porque sus palabras son cantadas simultáneamente por varias voces
—distintos registros, diferentes ritmos, diversas melodías— que
anulan entre sí sus efectos expresivos: afetti,
emociones. Así pues este grupo ataca el contrapunto y aboga por un
canto a solo “affettuoso”, un tipo de “monodia”: la monodia
acompañada. Para los pupilos de Bardi, que prefieren el dominio
de la letra sobre la armonía, la música vocal debe ser monódica y
simple.
El término
“monodia” se lo debemos a Giovanni
Doni, que lo
introdujo posteriormente, en la década de 1630.
Distintos
componentes de la Camerata
tratan este asunto: Vincenzo
Galilei, que pasa
por ser el introductor del recitativo monódico; Giulio
Caccini, que lo
desarrolló y por ello considerado su inventor, para quien la música
debe sacrificarse en aras de la declamación del poeta; Jacopo
Peri, que describió
su búsqueda de un tipo nuevo de composición, a medio camino entre
el discurso y la canción, que pudiese transmitir las emociones de
los personajes con la fuerza que lo hacía la música de los antiguos
dramas griegos.
Lo
cierto es que este nuevo estilo se convirtió en parte esencial de la
nueva música, y en todos los tipos de esta, tanto profana como
sacra, penetraron con rapidez los diversos estilos de monodia
—recitativo, aria, madrigal...—, haciendo posible el teatro
musical, el nacimiento de la ópera, porque podía traducirlo todo en
música —narración, diálogo, soliloquio...— y ello con
verdadera expresión dramática.
Continuará.
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