SECCIONES

viernes, 24 de junio de 2016

La Dolores del quiosco

Publicado en LA CALLE, REVISTA DE SANTOMERA, Nº 156 / JUNIO 2016
Yo envidiaba a su hijo, Paquito, el Paquito de la Dolores, de La Dolores del quiosco; ¿saben por qué?: porque Paquito tocaba la caja —entonces era el tambor— en la banda de música de[l] José [el] Abellán; y de todos los instrumentos de la banda, a mí el que más me gustaba era el tambor: siempre me atrajeron los tambores. Todavía me pregunto si me equivoqué cuando, mucho después, en el conservatorio, elegí la flauta de pico como instrumento; a menudo he pensado que debí haber tomado el camino de la percusión, para la que, creo, tengo una mejor aptitud.
¡Ah, Paquito!, ¡cuántas veces lo habré imitado en el almacén de la tienda de mi padre, tocando sobre alguna lata de galletas Cuétara u otra cosa que funcionara como un tambor, con un par de palitos quitados a sendas perchas de colgar la ropa!; recuerdo que tocaba como si estuviera en una procesión: pon, pon, pon, porropón…
Dolores, la madre de Paquito, tenía un quiosco enfrente justo y a escasos metros del Cine La Cadena; por eso se la conocía en el pueblo como La Dolores del quiosco. Vivía separada del marido y solía estar sola en su miniestablecimiento; a Paquito recuerdo haberlo visto poco por allí. Era delgada, fibrosa, de movimientos rápidos, siempre activa en los escasos metros de su pequeñísimo local, salvo si la pillabas comiendo, pues lo hacía allí mismo, en el quiosco, sobre una mesita pequeña situada en una esquina.
De negro o con prendas oscuras, el pelo recogido en un moño grande y bajo, sobre la nuca, Dolores era una mujer sobria, seria, pero nunca desabrida: no le recuerdo un mal gesto; todo lo contrario: la recuerdo correcta, educada, atendiendo bien a la clientela formada en su inmensa mayoría por niños, que, espero, la recuerden como yo, con cariño.
Dolores, años después, en su quiosco
Allí, en el quiosco, podías comprar, según temporadas y disposición pecuniaria, canicas —de barro, de piedra, de cristal—, trompas —de distintos tamaños, todas de madera, de punta fina casi puntiaguda o más gruesa y redonda—, cromos, estampas para determinados álbumes que siempre quedaban sin completar, petardos, carretillas, mixtos de trueno... En verano tenía polos de hielo, de dos reales —los más pequeños, redonditos, como conos truncados—, y de peseta —más grandes y poliédricos—; y en todo tiempo había pipas, caramelos, golosinas, chucherías... y, muy importante, tebeos —todavía no nos había llegado la palabra cómic—, de los que había para alquilar y también para vender; los alquilados eran leídos frecuentemente allí mismo, frente al quiosco, a unos pocos metros, en los escalones de cemento que daban entrada al Cine La Cadena. Posteriormente he escuchado más de una vez, con bastante razón, que los tebeos del quiosco de La Dolores supusieron una buena escuela de lectura para mucha gente.
Junto al quiosco, pegado a él en un lateral pero a cubierto, hubo, durante muchos años, un futbolín, que también desempeñó entre la infancia y juventud del pueblo su función de entretenimiento, disfrute y desarrollo de pillerías y habilidades motrices.
Ahora, cuando de vez en cuando veo a Paco acompañando a su nieta al mismo colegio que va una de las mías, o cuando me lo encuentro paseando por las calles del pueblo, me quedo con ganas de decirle dos cosas: la admiración que por él sentía en mi infancia cuando lo veía vestido de músico en la banda, y lo importante que fue su madre, el quiosco de su madre, el de la Dolores, para la chiquillería del pueblo, para mí.

2 comentarios:

  1. Yo la recuerdo, cientos de veces, con mis amigos; sobre todo para comentar que yo leía gracias a ese alquiler de tebeos, ya que mi madre no tenía dinero para comprarme tantos como leía. Esa actividad me llevó a mi afición a los cómic , que más tarde, gracias a que tú me la hiciste descubrir, ha sido ampliada con Mafalda.
    Una mujer que siempre me ha provocado sentimientos positivos.
    Su hijo Paco me enseñó mucho en la música, sobre todo el trato con los demás y que los que tocábamos en la calle merecíamos un respeto por lo que hacíamos. Siempre nos hizo de respetar y nos hacia sentirnos profesionales de lo que estábamos realizando. Una pequeña anécdota: nos disponíamos a comenzar un pasacalles mañanero en Los Ramos, yo era muy jovencico, y le dijo al de los cohetes que si no tenía la documentación de pirotécnico (era el "listo" del pueblo, como siempre)no podía tirarlos cerca nuestro y lo desplazó 200 metros por delante. Si el "pirotécnico", sin papeles, se arrimaba a nosotros cortaba la canción dándole con la baqueta un golpe, a contratiempo, al bombo. A continuación dejaba de tocar la caja y la abrazaba sobre si con un semblante serio y mirando al susodicho hasta que llegaba a la distancia que él creía la idónea. Me encantaba su actitud, siempre. Madre e hijo me provocan buenas sensaciones. Gracias Pepe

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    1. el comentario anterior es mio: Roberto Palma. Como siempre, creía que salía mi nombre por defecto. No me entero de nada. Perdón por mi anonimato. Un abrazo

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