Andando por Murcia hace muchos años, camino de la Consejería de
Educación, veo que viene de frente una mujer cuyo sonido al andar me
hace sacar papel y lápiz para apuntar el ritmo que va haciendo con
los pies —tacones—; todavía conservo dicha anotación. En casos
parecidos siempre pensaba que, teniendo entonces una cartera o un
bolso tan grande como el que colgaba perenne de mi hombro, debería
llevar siempre conmigo una grabadora para estas cosas.
¡Lo que han cambiado los tiempos! Con el actual teléfono móvil, el
smartphone (¡¿teléfono
inteligente?!), disponemos de un
verdadero ordenador en miniatura. Los modelos actuales van provistos
de un potente procesador, una más que suficiente memoria, conexión
a Internet (búsquedas, correo, chat, notas...), etc. Por supuesto
que en el aparatito tenemos grabador y reproductor de sonidos, de
imágenes, de vídeos…, además de programas para su manipulación
y su inmediato envío y recepción. Y, como cabe en un bolsillo,
siempre lo llevamos con nosotros y podemos captar, tomar nota
(sonora, en imagen —foto, vídeo—, por escrito...) de cualquier
acontecimiento, así como proceder inmediatamente a su
almacenamiento, manipulación, difusión...
Yo de vez en cuando anoto conversaciones que escucho, capto imágenes,
grabo sonidos, me hago mis recordatorios... Un ejemplo lo tienen en
lo que me ocurrió no hace mucho, cuando iba andando con Pepe
Fernández (el maldito “obligatorio” ejercicio) por la zona
de la huerta, lugar que habitualmente alternamos con los caminos del
campo en nuestros recorridos.
Foto tomada en uno de nuestros
recorridos
Ya les dije en otra entrada que con cierta frecuencia formo pareja
peripatética con mi vecino y amigo; así, a la vez que hacemos
ejercicio, “filosofamos”, y lo hacemos tocando, con distinta
profundidad según el caso, temas de lo más diverso: política,
cine, literatura, música, mujeres, fútbol, comida…; pocos se nos
resisten.
Bueno… al grano. Una mañana, andando por la huerta, nos
encontramos con un anuncio que, por interés, inmediatamente
fotografié con el móvil; vean lo que decía:
He tachado el número de
teléfono
Como yo quería regalar una gatita a mis nietas, cuando llegué a
casa, tras el zumo rehidratante y la ducha de rigor, llamé al número
de teléfono que aparece en el anuncio —en la foto lo he tachado
por prudencia— y... ¡menuda sorpresa!: allí no vendían gatitas
y… ¡hasta les sentó mal la llamada! Creían que estaba de coña,
pues resulta que… a ver cómo lo digo: ¡¡¡era una casa de… de
esas de…!!! Ya me entienden.
Y fue entonces cuando me acordé de un chiste ya conocido hace muchos
años; creo que, aunque de otra manera, lo contaba Eugenio:
Un amigo le dice a un colega:
—Oye, tío, el otro día, tomando un carajillo en el bar, se me
ocurrió echarle un vistazo al periódico, a las páginas del fúrbol,
y me encontré con un anuncio que decía:
SEÑORA MAYOR ENSEÑA EL BÚLGARO
—¿Sí, y qué? —contesta preguntando y apremiando el colega—
dime, dime.
—Pues, nada, que apunté la dirección, cogí el coche, fui, y…
—¿Y? —interrumpe impaciente el otro— ¿¡y qué!?
—¡Qué chasco!, resulta que era un idioma, tío, —contesta
desencantado— ¡¡un idioma!!
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