SECCIONES

martes, 12 de enero de 2016

Cabeza menúa (y 2)

Santiago trabajaba de ayudante —“simulado y en diferido”— en el Cine La Cadena; se encargaba de poner y quitar los carteles que por el pueblo, en lugares fijos, anunciaban las películas que proyectaban en dicho cine. Además, en días de proyección, un buen rato antes de que esta comenzara, se presentaba, dispuesto para lo que le mandaran, en la vivienda de uno de los propietarios de la empresa, Antonio Abellán, a través de cuya casa se accedía al cine por un lateral. ¡Ah!, y que nadie le dijera al cabeza menúa que eran mejores las películas que “ponían” en el cine rival, el Cinema Iniesta, eso lo sacaba de sus casillas, lo enfurecía.
Me resulta difícil transmitir aquí cómo se expresaba Santiago; imposible reflejar por escrito algo tan complejo como su habla tan particular, aunque en mi cerebro, junto a su gesto, conservo, con nitidez, su entonación —como cabreado siempre— y hasta el timbre de su voz, un poquito ronco, aunque no grave. Pero me encuentro con la dificultad de llevar al papel la riqueza de la realidad sonora, como describir el timbre, la entonación, la articulación, el fraseo…, y todo acompañado de gestos, de imágenes, también difíciles de reseñar.
[…] Nada más intrincado y bello que el movimiento espontáneo de un leopardo; nada más pobre y esquemático que nuestro lenguaje conceptual. La desproporción entre el simplismo del lenguaje conceptual y la complejidad refinada del mundo vivo siempre me ha desconcertado […] (Salvador Pániker, Cuaderno amarillo, Debolsillo, 2000, pág. 126).
¡In’dioh! (traducción: me cago en Dios) era su taco preferido. A veces, a in’dioh seguía algo así como: “¡in’pego in’hottia in’mato!” (si te pego una hostia, te mato), aunque no tan claro como lo he escrito y resaltado; y todo junto sonaba, de manera rara: “¡in’dioh, in’pego in’hottia in’mato!” (más que ese “in” escrito ante cada una de las palabras a su modo articuladas, creo que se trataba de una nasalización, un pequeño atranque). Y todo dicho con sequedad, con enfado, como con furia, pero una furia que solo a los más jóvenes atemorizaba; en los mayores, como podrán imaginar, provocaba solo risa.
Y si es difícil expresar por escrito cómo hablaba Santiago, imagínense si tratamos de explicar cómo cantaba. Es que me ha venido a la cabeza un enfrentamiento, un duelo entre nuestro personaje de hoy y El Capel, otro personaje local candidato a una entrada en Abonico. Parece que empujados por algunas personas (muchas veces, demasiadas, tras estos eventos hay gente que busca el jolgorio a costa de lo que sea) se vieron abocados ambos a demostrar quién cantaba mejor, y de ello quedó para la posteridad en los cerebros de los presentes la peculiar expresión canora de Santiago, algo que, según mi recuerdo, se aproximaba más a un recitado que a un canto, algo así como lo que sigue —es un decir—: ntana nmore nmore ntana nmorena (parece, no me hagan mucho caso, que pudiera ser su versión del estribillo de la canción Triana morena), acompañado, como tiene que ser, de un peculiarísimo gesto —manos, movimiento de cabeza, esfuerzo galillero...—, como podrán imaginar, de auténtico cantaor.
¡Indioh!

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