Santiago trabajaba de ayudante —“simulado y en diferido”—
en el Cine La Cadena; se encargaba de poner y quitar
los carteles que por el pueblo, en lugares fijos, anunciaban las
películas que proyectaban en dicho cine. Además, en días de
proyección, un buen rato antes de que esta comenzara, se presentaba,
dispuesto para lo que le mandaran, en la vivienda de uno de los
propietarios de la empresa, Antonio Abellán, a través de
cuya casa se accedía al cine por un lateral. ¡Ah!, y que nadie le
dijera al cabeza menúa que eran mejores las películas que
“ponían” en el cine rival, el Cinema Iniesta, eso
lo sacaba de sus casillas, lo enfurecía.
Me resulta difícil transmitir aquí cómo se expresaba Santiago;
imposible reflejar por escrito algo tan complejo como su habla tan
particular, aunque en mi cerebro, junto a su gesto, conservo, con
nitidez, su entonación —como cabreado siempre— y hasta el timbre
de su voz, un poquito ronco, aunque no grave. Pero me encuentro con
la dificultad de llevar al papel la riqueza de la realidad sonora,
como describir el timbre, la entonación, la articulación, el
fraseo…, y todo acompañado de gestos, de imágenes, también
difíciles de reseñar.
[…] Nada más intrincado y
bello que el movimiento espontáneo de un leopardo; nada más pobre y
esquemático que nuestro lenguaje conceptual. La desproporción entre
el simplismo del lenguaje conceptual y la complejidad refinada del
mundo vivo siempre me ha desconcertado […] (Salvador
Pániker, Cuaderno
amarillo,
Debolsillo, 2000, pág. 126).
¡In’dioh! (traducción: me cago en Dios) era su taco
preferido. A veces, a in’dioh seguía algo así como:
“¡in’pego in’hottia in’mato!” (si te pego
una hostia, te mato), aunque no tan claro como lo he escrito y
resaltado; y todo junto sonaba, de manera rara: “¡in’dioh,
in’pego in’hottia in’mato!” (más que ese “in”
escrito ante cada una de las palabras a su modo articuladas, creo que
se trataba de una nasalización, un pequeño atranque). Y todo dicho
con sequedad, con enfado, como con furia, pero una furia que solo a
los más jóvenes atemorizaba; en los mayores, como podrán imaginar,
provocaba solo risa.
Y si es difícil expresar por escrito cómo hablaba Santiago,
imagínense si tratamos de explicar cómo cantaba. Es que me ha
venido a la cabeza un enfrentamiento, un duelo entre nuestro
personaje de hoy y El Capel, otro personaje local
candidato a una entrada en Abonico. Parece que empujados por
algunas personas (muchas veces, demasiadas, tras estos eventos hay
gente que busca el jolgorio a costa de lo que sea) se vieron abocados
ambos a demostrar quién cantaba mejor, y de ello quedó para la
posteridad en los cerebros de los presentes la peculiar expresión
canora de Santiago, algo que, según mi recuerdo, se aproximaba más
a un recitado que a un canto, algo así como lo que sigue —es un
decir—: ntana nmore nmore ntana nmorena (parece, no
me hagan mucho caso, que pudiera ser su versión del estribillo de la
canción Triana morena), acompañado, como tiene que
ser, de un peculiarísimo gesto —manos, movimiento de cabeza,
esfuerzo galillero...—, como podrán imaginar, de auténtico
cantaor.
¡Indioh!
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