Aunque va de paso, se acerca Joaquín
El Chorrillo al
grupo que formamos la Tertulia
Los Piensos,
tensa el gesto, se pone serio, como cabreado, y dice, abroncando la
voz: “índioh, in pego in hottia,
in mato”. Pronto deducimos y
contestamos, cercanos al unísono, casi todos los tertulianos
presentes: “¡el Santiago de la
cabeza menúa!”.
***
Allá por el año catapún estudiábamos en la universidad una
clasificación sobre la evolución del “hombre”, que, empezando
en los primates, establecía una cadena que llegaba hasta nosotros
mismos. Las distintas divisiones de esa cadena eran el resultado de
las también distintas capacidades de sus cráneos. Dicha
clasificación “nos” estratificaba evolutivamente desde nuestros
remotos antepasados hasta la actualidad según el aumento paulatino
de nuestra cavidad craneal, de nuestra capacidad cerebral.
No puedo contar los detalles (imperdonablemente, cuando cambié de
vivienda destruí unos buenos apuntes que muchos años antes había
tomado en la Universidad de Murcia al profesor Juan
Bautista Vilar —El Piojo—, en los que figuraba más
detalladamente lo que cuento), pero recuerdo que en la clasificación
había una lista que contenía una retahíla de nombres que conservo
así en la memoria: primates, preconsúlidos,
australopitecos, prehomínidos, homínidos y
homo sapiens; y cada uno de estos nombres iba acompañado de
un número que expresaba la capacidad, en centímetros cúbicos, referente a
su tamaño de cráneo. Quiero recordar que a los primeros, los
primates, la clasificación les adjudicaba una cavidad craneal de
unos 600 cm3 de volumen, y a los últimos, los homo
sapiens, de 1400 cm3 en adelante. Entre unos y otros, el
resto, colocado en orden ascendente de tamaño de cabeza.
Un personaje de Santomera, en los años de mi infancia y juventud,
Santiago, el de la cabeza menúa —también,
directamente, el cabeza menúa—, por capacidad de
cráneo podría haber sido incluido —según la clasificación
anterior—, quizás, entre los primates; pero, no crean, pertenecía
a nuestro escalón evolutivo, estaba entre nosotros, los homo
sapiens.
A menudo me pregunto de dónde
habrá salido lo de “sapiens”, a qué se debe ese calificativo,
en qué período de la historia del mundo mundial —de paz,
concordia y progreso— hay que fijarse para llegar a la conclusión
de que somos realmente “sapiens”.
Quienes conocieron a Santiago no necesitan todas estas palabras para
rememorar su imagen, pero los que no saben de qué hablamos, quienes
no lo hayan conocido, o lo conozcan por vagas referencias, espero que
con estas letras se hagan una mejor idea de cómo era nuestro
personaje y les quede claro el porqué del apodo “de la cabeza
menúa”: en efecto, ¡premio!, han acertado, por el tamaño de
su cabeza, de su diminuta cabeza.
El término menúo/a
no aparece en los
diccionarios que tengo de las hablas murcianas. Aquí, en Santomera,
se usa como una simplificación de menudo/a
(del latín
minūtus),
un adjetivo que significa pequeño, chico, delgado.
Aunque realmente era pequeña, no crean que la cabeza de Santiago
parecía tan menúa comparada con su cuerpo, porque este
también era pequeño, y delgado: también era menúo, y
no desentonaba, por lo menos excesivamente, del tamaño de su cabeza.
Presentaba, en resumen, una figura muy peculiar: un cuerpo pequeño y
microcéfalo que, además, caminaba un poco encorvao, como
echao p’alante, y andando como a pequeños
empujones; así, por lo menos, lo recuerdo.
Santiago y Manuel “El
Sacristán”
Con esa su imagen que me he esforzado en
acercarles, y ayudados por la fotografía, hagan un pequeño esfuerzo
e imagínenselo, en un día de carnaval de hace ya más de cincuenta
años, formando, con Paco
El Botas
—otro personaje mitológico—,
pareja de circo callejero: Santiago, con una cadena sujeta al cuello
y subido a un pequeño perigallo,
cual típica cabra del espectáculo, simulando —con poco atrezzo:
no era necesario— ser un mono; y El
Botas, haciendo restallar un látigo
con una mano mientras que con
la otra asía el otro extremo de la cadena sujeta al cuello de
Santiago, a la vez que presentaba con grandilocuencia —gestos
amplios y voz grave y muy ronca— el gran espectáculo circense a la
vista, a la “fiera” encadenada, como si de King
Kong se tratara.
(Continuará)
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