Si yo digo, apreciados aboniqueros, frases como “las
carreteras no piensan”, o “los corazones están locos”, o…
“los aviones se vuelven conejos”, les estaré dando pie para que
opinen de mí cualquier cosa, por muy disparatada que sea: que soy un
superdotado, un intelectual de altura que se expresa en un raro
lenguaje encriptado, o, por el contrario, con más razón, que no
ando muy bien de la mollera, o... qué sé yo.
Pero el asunto va por otro camino; las anteriores son frases del Lolo
del molino, un personaje del pueblo, que fue famoso por esos
discursos tan particulares, y tan elocuentes a veces, sobre todo
cuando sabías qué estaba diciendo, cuando conocías de qué iba la
cosa; se trata de frases que soltaba aquí y allá, donde se le
ocurría, sin pararse a pensar, sin importarle mucho quiénes eran
sus destinatarios, sus interlocutores a veces, sus escuchantes en
definitiva.
Sus historias pasaron a ser tan populares en el pueblo, en otros
tiempos, que, con los años, como suele ocurrir en estos casos
(cambios, añadidos, personalizaciones…) se convierten en mitos, en
leyendas.
Así, dicen, un día iba el Lolo en el carro —vehículo
del que tiraba una yegua y que entonces era un medio normal de
locomoción y transporte— y lo paró la guardia civil; cuentan que
la benemérita le dio el alto porque había rebasado la línea
amarilla continua que separaba los dos carriles de la carretera. Ante
la demanda de la pareja de civiles nuestro hombre se despachó a
gusto, pues contestó en su media lengua particular y con una
entonación que subía frecuentemente el tono dentro de una misma
frase, pronunciando unas palabras —o partes de ellas: algunas
sílabas— más agudas que el resto, como si le salieran gallos (en La diligencia,
de John Ford,
el conductor del vehículo habla de manera parecida):
“¿Quién ha pisao la raya?, ¡la yegua!, pues… ¡multa a
la yegua!”, añadiendo a continuación, “¡ganduleras!,
que no hacéis na por las carreteras”.
No creo que haga falta traducirlo, ¿verdad? Pues, bien, los
guardias, tras insistir unas cuantas veces, tuvieron que dejarlo
porque él no salía de ese bucle de oraciones, que repetía,
galleando, una vez tras otra: “¿Quién ha pisao la
raya?… ¡Multa a la yegua!… ganduleras...”.
Bueno… pues a lo que vamos. Me cuentan fuentes autorizadas, de las
que podríamos llamar de toda confianza, que estando reunidos los
mandamases del partido gobernante entonces en la localidad —no sé
en qué fechas, pero el partido sí lo sé: es uno que tiene en su
emblema un pío-pío, como diría mi nieta Paula—, se asoma
el Lolo del Molino al local de reunión —en el que
por cierto estaba en ese momento la persona de quien procede esta
historia, uno de los mandamases, de ahí lo de fuentes autorizadas—
y, al ver las caras de quienes allí estaban, les dijo subiendo un
par de veces el tono al agudo:
“vosotros, los piensos”
Supongo que la cabeza del Lolo discurriría: “si
estos son los que gobiernan, los que deciden en el pueblo,
evidentemente deben ser los que piensan”, y, a su manera, se
lo dijo a ellos, pero en vez de pensantes o pensadores, le salió los
piensos.
Y no le faltaba razón.
Adenda: Los Piensos es el nombre, a propuesta mía, de
la tertulia con la que unos cuantos amigos “disfrutamos”
en Santomera un par de veces a la semana.
¿Lo han cogido?
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