Que por septiembre era, por septiembre, cuando [todavía] hace la
calor… ¿De qué año?: de 1976, todavía reciente la muerte del
ahora llamado, no por todos, Dictador: Don Francisco
Paulino Hermenegildo Teódulo Franco
Bahamonde, por más señas, por si alguien no se sitúa, “el
Caudillo” y también “el
Generalísimo”, entre otros
apelativos, no todos elogiosos, desde luego; y el país no
estaba como para tirar cohetes, pues el “atado y bien atado”
todavía se notaba mucho.
Toñi y yo, en nuestro viaje de novios, tras una breve visita
a la ciudad de Toledo, llegamos a Madrid, al que
dedicamos el resto de nuestro tiempo. En la capital de España
permanecimos unos cuantos días (en total creo que fue una semana),
disfrutando, entre otras cosas, todas las mañanas, del Museo del
Prado. Por las tardes recorríamos la ciudad, visitábamos
distintos tipos de locales y esperábamos la llegada de la noche para
ir al cine o al teatro.
En una de esas visitas vespertinas entramos en una librería que
tenía ennegrecida la pared en su parte exterior, la que daba a la
calle, una fachada poco alta porque pertenecía a un entresuelo, al
que se accedía descendiendo por unos pocos escalones situados en la
puerta de entrada. El establecimiento, creo recordar que su nombre
era La Tarántula, había sufrido un atentado con un
artefacto explosivo —algo no infrecuente en aquel tiempo—,
consecuencia de una “visita” de los “bárbaros”, no de los
del norte sino de los del propio Madrid.
Por
cierto, el librero (algo notaría en mí —quizás falta de
“barbaridad”— o algo le diría yo, no sé) me llevó con él al
fondo del establecimiento, donde tenía un armario, lo abrió y me
ofreció su género: libros prohibidos —sí, en 1976—, sobre
todo, quiero recordar, textos sobre la historia reciente de España.
Los “bárbaros”, como todos ustedes saben, son, dicho con
retranca, los “amigos” de la cultura, del conocimiento, del
progreso..., que —¡vaya paradoja!— han mantenido a través de
los tiempos —“por los siglos de los siglos”— la costumbre de
quemar libros. ¿Odian todos los libros? ¿Los queman todos? ¡No!
Solo los que ofenden a su tradición ultraconservadora, a sus ideas,
a su religión, a sus costumbres... a su testosterona.
Algunos de ustedes creerán que ya no quedan “bárbaros” de ese tipo, que la especie se extinguió, como los neandertales. Pues… se equivocan: enemigos declarados de los libros todavía los hay y, me atrevo a decir, los habrá siempre; lo podemos comprobar echando un vistazo a la prensa sobre lo ocurrido recientemente en Madrid, en la Feria del Libro.
Algunos de ustedes creerán que ya no quedan “bárbaros” de ese tipo, que la especie se extinguió, como los neandertales. Pues… se equivocan: enemigos declarados de los libros todavía los hay y, me atrevo a decir, los habrá siempre; lo podemos comprobar echando un vistazo a la prensa sobre lo ocurrido recientemente en Madrid, en la Feria del Libro.
¡Menudo grito de guerra!: “¡qué mierda de libros son estos!”.
Quizás, y no lo sepamos, el grupo de “bárbaros” estuviera
formado por licenciados, doctores, catedráticos... ¡en filología,
claro!; posiblemente fuese un grupo de especialistas en crítica
literaria que habían llegado a “su” conclusión sobre la falta
de “bondad” de esa “literatura de mierda” a través de un
arduo proceso, a base de sesudos análisis y costosos, muy fatigosos,
estudios.
Bueno… Fuese así o no, acongoja (¿acojona?, ¡qué cerca ambos
términos!) ese grito de guerra de los que odian los libros, de los
que los queman llegado el caso; y no lo hacen, no, con amor, como
Pepe Carvalho, el famoso detective
de Mauel Vázquez Montalbán.
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