Había, como ahora, muchos detergentes en la época de mi infancia;
entre ellos, recuerdo en el comercio de mi padre, los de las marcas
Secopón, ESE, OMO, Persil
y tu-tú. Es casi seguro que todos no
coincidieron en los mismos días, pero también lo es que algunos de
ellos, no solo el tu-tú, fueron protagonistas en “los
tiempos” en que se desarrolla esta pequeñísima historia. Todavía
no había llegado la Nieve, un detergente que teníamos
en la tienda en cajas grandes, que se vendía a granel y que triunfó
años después.
Los paquetes de estos detergentes, para estimular su compra, solían
llevar dentro algún tipo de regalo, generalmente para los niños
—una figurita, estampas para álbumes de coleccionables, cromos…—
e incluso para los adultos, como vales por cierta cantidad de dinero
que se le restaría al costo del producto al hacer la cuenta.
Recuerdo que el tu-tú, entonces, tenía un precio de
siete pesetas el paquete, pero también se vendía —recordemos las
escaseces y penurias de aquellos tiempos— en cantidades más
pequeñas: se abría el paquete y se pesaba la cantidad proporcional
correspondiente. Hay que señalar que de vez en cuando aparecía
dentro de algunos envases de este detergente un vale-descuento por
valor de cinco pesetas, con lo que, si habías comprado el paquete
entero y resultaba premiado, pasaba a costarte, realmente, dos.
Doña Pillina (o Doña Pillastra, no recuerdo bien su
nombre), una señora lisssta —con varias eses—, entra en la
tienda, espera su turno y, cuando le llega, pide:
—Rosendo, dame tres pesetas de tu-tú.
—¡Mujer! —contesta Rosendo blandamente, tratando de argumentar
con coherencia— llévate un paquete, que solo vale siete, y,
además, te puede salir dentro un vale de…
—¡No! —responde enérgicamente, cortando al tendero, la señora—,
si me apaño con tres pesetas, ¿por qué me voy a gastar siete? ¡Tú,
con tal de vender…!
Al abrir Rosendo el paquete para pesar la cantidad correspondiente a
lo pedido por la clienta, ¡qué casualidad!, dentro se encuentra con
un vale de cinco pesetas. Entonces, la mujer —listilla, recuerden—
le dice:
—Oye, me lo he pensado mejor, me llevo el paquete entero.
—¡¡Vaya!! —le faltó tiempo a Rosendo para contestar, con
bastante recochineo— “¡claro... después de verle los huevos
al burro, sabes que es macho!”. Ahora te llevas tres pesetas de
tu-tú, que es lo que me has pedido; si quieres un
paquete entero, te doy otro que esté sin abrir.
Doña Pillina (o Pillastra, que, recuerden, no
recuerdo), torciendo el gesto y refunfuñando, optó por sus
iniciales tres pesetas de tu-tú, y ahí acabó
esta historia; esta concretamente, porque…
Colorín colorado…
este tipo de historias no ha terminado,
pues pillos y pillas ha habido siempre,
en el presente y en el pasado.
Cuando era adolescente, había una tienda que tenía un poco de todo. Eso que se denominó hace años de "todo a 100" y ahora copan los chinos. Yo iba a hacer fotocopias de los apuntes de compañeros, como todo buen estudiante. Un cartel, con la frase "Lo mejor de la casa, los clientes", tenía escrito debajo, con bolígrafo: Y una mierda!!, es el jefe.
ResponderEliminarPues eso, yo pondría otro cartel con lo de "El cliente NO SIEMPRE tiene la razón.
Me gustaban las cajas de detergente : prismas de base muy rectángular que permitía
ResponderEliminarcogerlas con una mano. Decoraban sus caras con dibujos que me parecian distintos
y me agradaban ; después he comprendido el porqué : su influencia cubista.
Rememorar el olor del detergente y la ilustración de la caja es toda una invitación a la nostalgia.