Esta semana, hace unos pocos días, ha muerto Eduardo Galeano, uno de los autores que me han removido las neuronas cada vez que lo he leído o lo he escuchado. Galeano es un escritor archiconocido en el mundo intelectual por su obra Las venas abiertas de América Latina, que —me da vergüenza confesarlo— no he leído, algo que prometo hacer pronto en homenaje al gran autor, paisano de otros dos admirados personajes: Mario Benedetti y Pepe Mugica.
Foto
de Galeano, a la que he añadido un fragmento del libro
“calendario”
Los hijos de los días;
el texto corresponde al
12
de octubre,
Día
del Descubrimiento.
Dice
Vicente Verdú
(El
País,
22/04/2008) que “un
buen libro es el que te hace levantar la vista”.
Supongo que quiere decir levantar la vista y pensar, por eso yo añado
que lo es el que llega a tu interior, te toca las fibras, te
modifica, te transforma…, aquel que cuando terminas de leerlo no
eres el mismo, en alguna medida, que cuando lo empezaste.
Pues
bien, de unos pocos libros que he leído de Eduardo Galeano, me dejó
una huella indeleble Patas
arriba (La escuela del mundo al revés)
—Siglo XXI, 1998—, una obra que, creo, no deja indiferente a
nadie. Fíjense si me gustó que suelo regalarla de vez en cuando;
ahora mismo estoy pendiente de la compra de varios ejemplares —3
concretamente— para unos amigos que quiero que, como yo, “levanten
la vista” a menudo mientras leen sus páginas.
Y
para aquellos aboniqueros
—aboniqueños
o aboniqueistas,
que de
otras formas
se puede decir, rizando el rizo— que no conozcan la obra de Galeano
(también, por
supuesto,
para los que la conozcan: siempre es bueno leerlo), les he
seleccionado una
muestra
de Patas
arriba (páginas
41 y 42); espero que les guste.
Aquí
está:
En
la época victoriana, no se podían mencionar los pantalones en
presencia de una señorita. Hoy por hoy, no queda bien decir ciertas
cosas en presencia de la opinión pública:
el
capitalismo luce el nombre artístico de
economía de mercado;
el
imperialismo se llama
globalización;
las
víctimas del imperialismo se llaman
países en vías de desarrollo,
que es como llamar niños a los enanos;
el
oportunismo se llama
pragmatismo;
la
traición se llama
realismo;
los
pobres se llaman
carentes,
o
carenciados,
o
personas
de escasos recursos;
la
expulsión de los niños pobres por el sistema educativo se conoce
bajo el nombre de
deserción escolar;
el
derecho del patrón a despedir al obrero sin indemnización ni
explicación se llama
flexibilización del mercado laboral;
el
lenguaje oficial reconoce los derechos de las mujeres, entre los
derechos de las
minorías,
como si la mitad masculina de la humanidad fuera la mayoría;
en
lugar de dictadura militar, se
dice
proceso;
las
torturas se llaman
apremios
ilegales,
o
también
presiones físicas y psicológicas;
cuando
los ladrones son de buena familia, no son ladrones, sino
cleptómanos;
el
saqueo de los fondos públicos por los políticos corruptos responde
al nombre de
enriquecimiento ilícito;
se
llaman
accidentes
los crímenes que cometen los automóviles;
para
decir ciegos, se dice
no videntes;
un
negro es
un hombre de color;
donde
dice
larga y
penosa
enfermedad,
debe leerse cáncer o sida;
repentina
dolencia
significa infarto;
nunca
se dice muerte, sino
desaparición física;
tampoco
son muertos los seres humanos aniquilados en las operaciones
militares: los muertos en batalla son
bajas,
y los civiles que se la ligan sin comerla ni bebería, son
daños colaterales;
en
1995, cuando las explosiones nucleares de Francia en el Pacífico
sur, el embajador francés en Nueva Zelanda declaró: «No me gusta
esa palabra bomba. No son bombas. Son
artefactos que explotan»;
se
llaman
Convivir
algunas de las bandas que asesinan gente en Colombia, a la sombra de
la protección militar;
Dignidad
era el nombre de uno de los campos de concentración de la dictadura
chilena y
Libertad
la mayor cárcel de la dictadura uruguaya;
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