Vivo
en un dúplex de una urbanización situada en las afueras de Murcia.
Los días que puedo, salgo temprano y hago deporte; según los días:
ando, corro, monto en bicicleta… A mi mujer, todo lo contrario: le
gusta quedarse en la cama y gandulear.
Creo que fue sábado, o domingo,
porque ese día no tenía que ir a trabajar. Muy silenciosamente,
para no despertar a mi querida mujercita, me levanté muy temprano,
salí de la habitación, me equipé en la de al lado sin hacer ruido,
bajé al garaje, cogí la bici y salí a hacer mi recorrido: unos
cincuenta kilómetros.
Pronto me di cuenta de que sería
imposible, porque comenzó un aire y una lluvia que en poco tiempo se
transformó en una tormenta, una lluvia torrencial que lo impedía:
el agua caía a cántaros y corría por las calles imposibilitando
cualquier tipo de actividad deportiva al aire libre, y más la de la
bicicleta. Por si faltaba algo, un viento helado soplaba fuertemente,
colaborando al empape rápido y a posibles caídas desafortunadas.
Visto lo visto, volví a casa,
metí la bici en el garaje, me sequé como pude para evitar dejar un
reguero de agua y subí a la planta baja de la casa; conecté la wifi
para poder consultar el tiempo en la tableta: el temporal iba a durar
todo el fin de semana.
Entonces me acordé de lo
calentito que se estaba en la cama y pensé en volver a acostarme.
Subí a la primera planta, me desnudé en la misma habitación en que
me había vestido, entré en el dormitorio y contemplé a mi mujer
acostada sobre el lado derecho; entonces me metí en la cama y me
acurruqué acoplándome suavemente a su espalda (le puse un rabo,
solemos decir entre nosotros). Y, susurrando apenas, abonico,
le dije al oído:
—Cariño, ¡no te puedes
imaginar qué tiempo hace! ¡Malísimo!: viento, lluvia… ¡una
verdadera tormenta!
Ella, sin volverse, sacó la mano
derecha de debajo del edredón, la pasó por encima de su hombro
izquierdo y, acariciándome la cara, me contestó:
—Ya me he dado cuenta. ¿¡Te
puedes creer que mi marido, con la que está cayendo, se ha ido a
montar en bici!? ¿¡Será gilipollas!?
Desde entonces no he vuelto a
madrugar para hacer deporte.
(De un chiste que circula por
internet)
Permíteme el atrevimiento, recordando mi anterior profesión, de ponerte nota a tu artículo: nueve
ResponderEliminary medio . Me gusta la redacción . Un saludo, Antonio.
Ergo… El deporte perjudica seriamente la cornamenta de los astados antes de ir a la corrida…
ResponderEliminarUn abrazo, Pepe.