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viernes, 1 de diciembre de 2023

Pero lo mejor de ella es…

En el siglo XIX, sobre todo con la llegada del romanticismo musical, el piano, instrumento relativamente reciente entonces —un invento del siglo anterior—, había penetrado en muchos de los hogares de las clases medias, y ello debido al abaratamiento de sus costes, a sus aceptables resultados en poco tiempo de práctica (desde el principio, el instrumento suena bien: afinado, no como, por ejemplo, un violín), debido también a los avances económicos de la época y, como no, a la moda social en auge. Así que pocos eran los hijos —sobre todo, las hijas— de aquellas gentes pertenecientes a la pequeña burguesía, cuyos hogares podían permitirse la compra de un piano, que no «manejaran», mejor o peor, el instrumento de moda.

Información sobre la presencia y el frecuente uso —no siempre admirable— del piano en las casas de entonces, la podemos encontrar fácilmente rastreando en la literatura y en la prensa de la época, en las que se pueden apreciar alusiones de todo tipo, algunas de ellas escritas irónicamente, con pretensiones humorísticas: noticias, anécdotas, chistes, chascarrillos… Las citas que pongo a continuación las he obtenido de: Blanning, Tim: El triunfo de la música. Los compositores, los intérpretes y el público desde 1700 hasta la actualidad. Barcelona, Acantilado, 2011, págs. 290-292.

[…] en 1911se calculaba que en el país [el Reino Unido] había entre dos y cuatro millones de pianos, es decir, uno por cada diez o veinte habitantes.

[…] en el primer año del siglo XIX, el novelista Henri Beyle, más conocido como Stendal, escribió a su hermana Pauline en Grenoble exhortándola a que no desdeñara el piano, pues «en este país es absolutamente esencial que una joven dama sepa música, de lo contrario, pasa completamente inadvertida».

[…] En la primera página de [la novela] Norte y Sur (1855), de Elizabeth Gaskel, Margaret, la sencilla protagonista, oye de labios de Edith, su acomodada prima, que el problema de mantener el piano afinado en la isla de Corfú […] era «uno de los más formidables que podían presentársele en su vida de casada». Cuando Margaret revela más adelante que su familia ha tenido que vender su propio instrumento, Edith responde: «No sé cómo podéis vivir sin uno. A mí casi me parece una necesidad vital».

[…] En 1860, Oscar Commettant, compositor y periodista musical francés, publicó en su periódico, L’Art musical, un artículo titulado «Sobre la influencia del piano en la vida familiar», en el que se burlaba de la ubicuidad de los pianos. Entre otras cosas, narraba la anécdota de un parisino que buscaba apartamento: no le importaba la zona, el piso o la orientación; su único requisito era que desde él no se oyera piano alguno. La respuesta que obtuvo era que ya no existía un santuario como ese.

Commettant también dejaba constancia de esta conversación entre dos hombres de mundo:

—¡Oh, querido amigo! ¡Qué deliciosa es la señorita Clarisse Filandor!

—La conozco: dieciocho años, rubia y preciosa.

—Sí, con ojos azules y pestañas oscuras.

—Y con una dote de 200000 francos.

—Exacto, y, mejor aún, única heredera de un tío rico con una enfermedad terminal.

—Pero lo mejor de ella es que no toca el piano.

—Iba a decir lo mismo. No es una mujer como todas las demás, ¡sino un ángel enviado por el cielo!


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