SECCIONES

viernes, 29 de abril de 2022

Pichicas rayás

No sé mucho de ella: conozco su nombre, Verónica, conozco la familia a la que pertenece, sé que estudió filología inglesa, y no tanto más; y aunque es de aquí, del pueblo, hacía tiempo que no la veía, pues vive y trabaja fuera del país desde hace bastantes años: primero en Inglaterra, y después en Australia, donde continúa actualmente su vida.

Sin embargo, en estos últimos días me la he encontrado ya un par de veces (debe de haber venido de vacaciones) en el interior de la carpa que acoge este año la feria del libro (es hermana de mi librero de confianza, uno de los organizadores del evento), y en la primera de ellas disfrutamos ambos de unos agradables minutos de conversación, de una recíproca puesta al día después de tanto tiempo sin vernos.

Veo que la acompaña un niño de unos siete u ocho años, su hijo, del que me dice que se desenvuelve mejor con la lengua inglesa que con la española, y también que es una esponja, que nota de qué manera, con cuánta facilidad para los pocos días que lleva aquí, el chiquillo absorbe palabras, expresiones y frases murcianas. «Ayer, sin ir más lejos —comienza a contarme—, me preguntó: “mami, ¿qué significa pichicah rayáh?”, así como lo oyes —me aclara—, con pronunciación murciana, y a continuación me dijo que su abuelo, mi padre, se lo había dicho a él varias veces».

Y es entonces, al escucharla, cuando me acuerdo de que, aquí, antes, en los años de mi infancia, adolescencia y juventud, se utilizaban las expresiones «tener los güevos rayaos» y «tener la picha rayá», para referirse a los atributos de alguien apreciado, admirado, querido… Decir que ese alguien tenía los genitales rayaos —bien los güevos, bien la picha o bien ambos— era un halago, un elogio, algo cariñoso, como un piropo que quería resaltar de esa persona, frecuentemente un niño, su bondad, su calidad, su excelencia en algo.

tener los güevos rayaos: ser muy valiente o muy gracioso. (Ruiz Marín, Diego: Vocabulario de las Hablas Murcianas. Murcia: Diego Marín, 2007, pág. 558).  

La anécdota del niño angloparlante al que tan fácilmente se le pega el hablar murciano me parece interesante, así que esta mañana, un par de días después de la charla que mantuve con su madre, me he puesto a esbozar la historia, a darle forma en el ordenador, con la intención de, si queda de mi gusto, publicarla en Abonico.

Bien, pues… justo un rato después del esbozo del primer borrador, en mi sesión de andadura por el pueblo, ¡qué casualidad!, veo venir por la calle del Rosendo —no quiero llamarla «San Rosendo»—, en sentido contrario al que llevo yo, al niño protagonista de esta narración, que va cogido de la protectora mano de su abuelo, el padre de Verónica, con el que me paro a charlar en cuanto la pareja llega a mi altura.

Antonio, el abuelo y personaje último del caso, octogenario ya avanzado, me parece un hombre tranquilo, equilibrado, prudente, sensato… yo diría que sabio, con el que de vez en cuando me gusta detenerme y cruzar unas palabras. Y pronto, aunque sin ir directo al grano, bromeando, le cuento que me he enterado de su muy valiosa contribución al desarrollo filológico murciano del niño, le digo que la anécdota me ha hecho mucha gracia y que por ello estoy tratando de reflejarla en un relato.

Y así, perifrástico, lo mantengo en ascuas hasta que, al final, antes de despedirnos, se lo aclaro. Y cuando se entera de qué va el asunto, sobre todo cuando escucha de mis labios la expresión «pichicah rayah», Antonio, contento, la repite y ríe abiertamente, con una risa franca, sana, una carcajada que le ilumina la cara.

 

viernes, 22 de abril de 2022

Admiración

El 23 de abril de 2002, se cumplen ahora veinte años de ello, el colombiano Álvaro Mutis recibió, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, el Premio Cervantes 2001. El día anterior, Ernesto Sábato se encontraba en un hotel preparándose para la asistencia al acto (en sus escritos —supongo que posteriores y sin echar mano de fuente alguna que lo confirme— parece indicar que la entrega del premio se realizaría en la Zarzuela).

En el hotel miraba a diario la invitación a Palacio que estaba sobre la mesa de entrada y hacía como que iríamos; pero ya el 22 empecé a no querer saber nada de ese esfuerzo y apelé a mis 90 años. Elvira sacó del ropero su vestido de seda japonés, pero no hubo caso. Me desplomaba de pensar en las horas que habría de permanecer inmóvil, quizá de pie. Me ofrecerían una silla y yo me sentiría abochornado de vejeces. Se lo daban a Álvaro Mutis que me parece un gran escritor.

Hubiera querido ir para saludar a los Reyes. Desde siempre he sentido una viva admiración por el obrar del Rey Juan Carlos y de la querida Reina Sofía. Ellos han creado las condiciones para que España realizara el histórico pasaje del franquismo al gran país que hoy vivimos y han apoyado las grandes causas y valores.

Ha sido un verdadero placer hablar con ellos por su inteligencia y sensibilidad. Siempre han sido cálidos y generosos conmigo.

Sábato, Ernesto: España en los diarios de mi vejez. Barcelona, Seix Barral, 2004, págs. 68-69.

Tras la lectura de lo que dice Sábato en sus diarios, además de la duda sobre si al final el escritor argentino asistió a la ceremonia de la entrega del Premio Cervantes, y supongo que sí, se me plantea la cuestión de lo que, si viviera todavía el escritor argentino, opinaría ahora de Juan Carlos de Borbón, sabiendo lo que se sabe en la actualidad sobre los affaires del mismo. Por cierto, creo que el término «affaire» viene aquí como anillo al dedo para denominar muchos de los asuntos de nuestro emérito (obsérvese, al respecto, la posibilidad de una buena conjunción —perfecta para el caso— de las dos acepciones que del término aparecen en el diccionario de la RAE).

affaire

Voz fr.

1. m. Negocio, asunto o caso ilícito o escandaloso.

2. m. Aventura (relación amorosa ocasional).

Creo que Ernesto Sábato, de una ejemplar integridad moral, hoy se desdiría (o desdeciría, acabo de consultarlo) de lo que sobre el monarca escribió entonces.