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viernes, 5 de noviembre de 2021

Nosce te ipsum

El aforismo griego «conócete a ti mismo» (γνωθι σεαυτόν: gnóthi seautón), que en la antigüedad griega aparecía escrito en la entrada del Templo de Apolo en Delfos, ha sido atribuido a distintos grandes pensadores de entonces, entre ellos a Heráclito, a Tales de Mileto, a Sócrates, a Pitágoras, a Solón...

Yo lo conozco, enunciado en latín —nosce te ipsum—, desde mis años de estudiante de Magisterio, como una muy importante máxima pedagógica.

Y qué mejor manera —te dices— de conocerte a ti mismo que observándote… a ti mismo, que tratándote… a ti mismo, que hablando… contigo mismo; sí, qué mejor manera que dialogando con tu otro yo, o con tu otro tú, que, por cierto, puede ser más de uno, o revestir más de una «personalidad».

Qué enriquecedor, aunque no siempre placentero (dirías que esto último lo es pocas veces, y algunas… molesto, y hasta muy desagradable), el dialogar con quien siempre va contigo, que, a la vez, eres tú mismo y no lo eres.

Qué interesante tener que conoceros —cuanto más, mejor— los distintos «tus» que coexistís y cohabitáis en tu interior, y ello necesariamente, puesto que no hay más remedio, ya que tenéis que convivir.

Qué importante el tener que llegar a entenderos, aun con vuestra falta de entendimiento; que uniros en uno, aun con vuestras diferencias; que sosegar vuestro trato, aun con vuestros enfrentamientos y vuestras recíprocas diatribas.

Hablar tú contigo mismo, no rehuirte, hablarte desde tu segunda persona a tu primera persona, de tú a tú o de yo a yo o más bien de tú a yo, de yo a tú, dialogar en cualquier caso uno con uno, que nunca es uno ni el mismo. (González Sainz, José Ángel: La vida pequeña. El arte de la fuga. Barcelona: Anagrama, 2021, pág. 156).

 

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