Entiendo perfectamente lo que quiere decir Jorge Wagensberg al afirmar que «no hay bastantes palabras para decir la realidad» (Si la naturaleza es la respuesta, cuál era la pregunta. Barcelona: Tusquets, 2009, pág. 63).
Entiendo que se refiere a que, por muchos términos y expresiones de que dispongamos, por muchos recursos lingüísticos que manejemos en nuestros vocabularios respectivos, siempre nos resultarán insuficientes para expresar con ellos la compleja realidad que conocemos (visual, auditiva, olfativa…); significa que, aun con todas las palabras «del mundo» a nuestra disposición y un conocimiento óptimo para utilizarlas, nos faltarán, se nos quedarán cortas para acertar y afinar con los infinitos matices de todo tipo que la inabarcable realidad nos ofrece.
Algo parecido le leí hace ya tiempo a Salvador Pániker sobre este mismo asunto, el de la insuficiencia de nuestro «lenguaje conceptual» para expresar «la complejidad refinada del mundo vivo».
[…] Nada más intrincado y bello que el movimiento espontáneo de un leopardo; nada más pobre y esquemático que nuestro lenguaje conceptual. La desproporción entre el simplismo del lenguaje conceptual y la complejidad refinada del mundo vivo siempre me ha desconcertado […] (Pániker, Salvador: Cuaderno amarillo, Barcelona: Debolsillo, 2000, pág. 126).
Y esta evidente insuficiencia de nuestro lenguaje ante la tan extraordinariamente rica realidad es fácilmente comprobable al más mínimo intento serio de descripción —oral o escrita— de cualquiera de las muchísimas parcelas de la misma que haya al alcance de nuestro cerebro, y tanto de las que provienen de fuera de nosotros, que percibimos a través de los sentidos, como de las que nos llegan desde nuestro interior, que lo hacen a través de receptores internos, mediante las sensaciones propioceptivas e interoceptivas.
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