SECCIONES

viernes, 16 de julio de 2021

En carro (1)

Por lo escuchado en algunas ocasiones a mis mayores, sé que me habían llevado anteriormente a la playa, pero la que rememoro ahora aquí fue la primera vez de la que tengo clara conciencia; y de esta mi primera vez recordada permanece muy destacado en mi cabeza, por su originalidad desde una mirada actual, el transporte utilizado en el viaje para la ida, así como algunos momentos del recorrido y, aunque menos, algunos también de la estancia en el pueblo playero, donde, por ejemplo, ese verano me regalaron mi primer libro de ajedrez, y recuerdo quién me lo regaló, cómo y por qué.

El viaje fue a Torrevieja, hace ya casi sesenta años, y lo hice, lo hicimos, creo que no lo olvidaré nunca, en carro, un carro tirado por una mula que recuerdo de un color claro, grisáceo, como de un blanco sucio. Y fuimos en carro porque, de esa manera, mi padre, comerciante local de la época, pudo aprovechar la vuelta para que el carretero le trajera, de las famosas salinas torrevejenses, un porte de su muy preciada sal para abastecer la tienda.

En el carro fueron cargados, además de unas mantas ligeras —de las entonces llamadas «muleras»— por si refrescaba esa noche, la ropa y algunos enseres familiares que teníamos que llevarnos para el tiempo que íbamos a estar en la localidad de veraneo ocupando una habitación alquilada en una especie de pensión. Además de alguna maleta y unos pocos hatos y cajas, en el carro íbamos Encarna —la moza que servía en casa de mis padres—, Maruja —mi hermana, mi Marujica entonces— y yo.

Por cierto, después, los domingos por la mañana aparecía por allí —por la casa de la playa— el novio de Encarna, Antonio, que, para mi sorpresa y admiración, iba en bicicleta a ver a su chica, lo cual me parecía una proeza; y no se desplazaba en una bicicleta especial, como las muy modernas de ahora, ni siquiera en una de las de carrera de entonces: Antonio iba pedaleando en una bici normal de la época, una GAC de color negro, de lo más corriente, aunque, eso sí, limpia y bien engrasada: muy cuidada. Sin embargo, no me sorprendió, pues era una costumbre muy extendida entonces, el uso por aquel ciclista amateur de unos cogedores metálicos —como abrazaderas, para mí poco elegantes— que sujetaban las dos perneras del pantalón a sendas piernas, con el fin de proteger la tela de posibles enganches y manchas por causa de la engrasada cadena de la bicicleta.

Continuará.

 

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