Poco después del comienzo del verano, se me averió la taladradora que utilizaba para sacar y meter los toldos de la terraza (la tercera máquina que ha dado su vida en la realización de esta labor a lo largo de veinticinco años). Desde entonces, mientras pienso si compro una cuarta o llevo a reparar la que tengo, realizo el trabajo de los toldos a mano (cientos y cientos de vueltas de manivela cada día), y vengo observando cómo poco a poco los músculos de mis brazos, y algunos otros —del pecho, de los hombros...—, se van fortaleciendo, endureciendo y aumentando su volumen, al tiempo que la labor de darle vueltas a la manivela se va haciendo, también poco a poco, menos dura. De modo que últimamente me pregunto si, de seguir así, podría estar cercano el final de esas flacideces de mis brazos que tanto atraen la atención de mis nietas; aunque me temo que no, que ni cercano ni lejano, que esas «mollas», como las llaman ellas, vinieron para quedarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario